
This trip to the United States was much more than a simple academic or cultural experience: it was an adventure of the soul. During my stay, I had the opportunity to live moments that deeply sparked my emotions, learning and encounters that took my heart to different corners of that country. I want to share the most significant and emotional moments of this intercultural experience. These are moments that inspired me, made me reflect, and reminded me who I am and where I come from.
Lo que aprendĆ durante mi viaje a Estados Unidos a travĆ©s del programa Ćguila y Cóndor

Este viaje a Estados Unidos fue mucho mĆ”s que una simple experiencia acadĆ©mica o cultural; fue una Aventura del alma, durante mi estancia tuve la oportunidad de vivir momentos que me marcaron profundamente emociones, aprendizajes y encuentros que llevaron mi corazón a distintos rincones de ese paĆs. Quiero compartir los momentos mĆ”s significativos y emotivos de esta experiencia intercultural: esos instantes que me inspiraron, me hicieron reflexionar y me recordaron quiĆ©n soy y de dónde vengo.Ā
Una madre adoptiva entre plantas, risas y perros

Hay encuentros que parecen escritos por el destino. Durante esos dĆas en Colorado conocĆ a mi madre adoptiva, una mujer con una energĆa tan bonita que solo con verla uno se sentĆa en casa.Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā
Desde el primer momento me recibió con una sonrisa y me dijo: āTengo dos perritos.ā Aparecieron Schottie y Schew, dos compaƱeros de cuatro patas moviendo la cola, dĆ”ndome la bienvenida. Yo, como amante de los animales, no pude sentirme mĆ”s feliz. En Ecuador tambiĆ©n tengo perritos, asĆ que esa conexión fluyó de inmediato.
Una de las experiencias mĆ”s hermosas que compartimos fue cuando me llevó a conocer Mancos. CaminĆ”bamos y, con paciencia y pasión, me contaba de cada planta que encontrĆ”bamos alrededor. DescribĆa sus beneficios, sus propiedades, su historia. Y era fascinante, porque yo comparto ese mismo amor por la naturaleza, por los Ć”rboles que considero guardianes de los recursos naturales, protectores del agua y del aire que nos da vida. En cada palabra suya sentĆ una conexión con mis propios pensamientos: que los Ć”rboles son la base de nuestro buen vivir, y que sin ellos no tendrĆamos aire puro ni futuro lejos de los humos de la ciudad.
Esos paseos, tanto de dĆa como de noche, fueron memorables. Recuerdo especialmente las caminatas nocturnas con los perritos hacia el bosque o alrededor de Mancos. El aroma de las plantas nos acompaƱaba, y su voz se llenaba de amor al hablar de los animales, contĆ”ndome historias increĆbles, incluso algunas de riesgo, donde se habĆa puesto en peligro por proteger a sus perros. Schottie y Schew no eran solo mascotas, eran parte de su corazón, y los vecinos lo sabĆan: todos los amaban.
Su labor ambiental me conmovió profundamente: rescata plantas nativas y busca especies que se adapten al clima del pueblo, reforestando con amor y paciencia. Lo hace con tanto cariño que su trabajo parece mÔs bien un arte. Me enseñó que cuando amas lo que haces, el trabajo deja de ser obligación y se convierte en pasión, una misión de vida.
Su alegrĆa es contagiosa. A pesar de los retos que le ha puesto la vida, siempre tiene una sonrisa lista, siempre rĆe con esa chispa que alegra el ambiente y hace que quienes la rodean se sientan mĆ”s ligeros. Fue importante conocerla, porque en algĆŗn momento de mi vida yo misma sentĆ que estaba en un bloqueo, en una pausa sin dirección. Y ella, con su ejemplo, me enseñó que nunca hay que dejar de esforzarse por los sueƱos. Que la vida siempre tendrĆ” adversidades, pero que lo esencial es enfrentarlas con pasión, gratitud y amor por lo que uno hace.Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā
Hay personas que aparecen en tu vida de manera inesperada y dejan huellas profundas, aunque el tiempo compartido sea corto. Hoy guardo esa experiencia como un regalo. Porque no siempre se trata de los lugares que visitas, sino de las personas que hacen que ese viaje se convierta en aprendizaje. Y mi madre adoptiva, con su energĆa bonita, sus perritos adorables y su amor por la naturaleza, me enseñó que la verdadera fortaleza estĆ” en sonreĆrle a la vida y en seguir sembrando, aunque el terreno sea difĆcil.
Un Viaje a Mesa Verde: La Huella de los Ancestros
Un puente entre tiempos: Viajar no siempre significa Ćŗnicamente explorar nuevos lugares, ciudades, grandes edificios, imperios tecnológicos etc. a veces significa viajar hacia atrĆ”s, a la raĆz de la historia. Mi visita a Mesa Verde, en Colorado, fue exactamente eso: un encuentro con los ancestros, descubrir como con su fortaleza y valentĆa desarrollaron la forma en que aprendieron a sobrevivir en un mundo lleno de retos. AllĆ, entre montaƱas, caƱones y silencios que parecen hablar, descubrĆ cómo el pasado sigue vivo en cada piedra, en cada rincón de estas viviendas ancestrales.
Mesa Verde es mucho mÔs que un parque nacional, representa una historia grabada en piedra, un santuario cultural, hogar de los antiguos pueblos ancestrales, quienes levantaron impresionantes comunidades en los acantilados. Sus construcciones no eran simples refugios; eran hogares diseñados con ingenio para protegerse del clima extremo y aprovechar al mÔximo los recursos de la tierra.
Caminar entre estas estructuras es como entrar a un museo natural sin vitrinas. Las paredes de piedra cuentan historias de familias, de comunidades que vivieron en unión, que compartieron alimentos, rituales y sueƱos.Ā
Lo mĆ”s asombroso es cómo supieron adaptarse al entorno, creando un equilibrio admirable con la naturaleza: cultivaron distintos tipos de maĆz, frijoles y calabazas en un terreno aparentemente Ć”rido, demostrando que la resiliencia es parte del espĆritu humano.
El entorno natural fue su maestro y aliado en ciertas temporadas, mĆ”s allĆ” de su arquitectura cuyas estructuras son impresionantes , el ingenio que tuvieron para idear una estructura que sigue siendo tan firme, Mesa Verde enseƱa que la naturaleza fue un verdadero maestro para los pueblos originarios. Los caƱones y mesetas ofrecĆan refugio y agua, mientras que las montaƱas eran guĆas espirituales. Cada detalle del paisaje tenĆa un significado, cada recurso era utilizado con respeto y gratitud.
Recorrer estos escenarios me hizo reflexionar sobre la conexión que hemos perdido en la vida moderna. Hoy, muchas veces vemos a la naturaleza como un recurso que explotar, sin embargo pero para ellos era un espacio sagrado, un compañero en la sobrevivencia.
Se trata de un legado cultural que sigue vivo, lo mĆ”s impactante de este viaje no fue solo contemplar las ruinas, sino reconocer que los descendientes de esos pueblos aĆŗn mantienen vivas sus tradiciones. Sus ceremonias, su respeto por el agua, su visión comunitaria de la vida siguen siendo enseƱanzas vigentesā¦Ā
Al observar los petroglifos y los restos de sus comunidades, comprendĆ que la cultura no desaparece: se transforma, se adapta y continĆŗa fluyendo en la memoria de quienes honran a sus ancestros. Es necesario aprender del pasado para el presente, visitar Mesa Verde no fue Ćŗnicamente una aventura turĆstica. Fue una oportunidad de escuchar el eco de los antepasados y reflexionar sobre el equilibrio que debemos buscar en nuestra vida actual. Si los pueblos ancestrales sobrevivieron con ingenio, unidad y respeto hacia su entorno, ĀæQuĆ© nos detiene a nosotros de hacerlo? QuĆ© acciones debemos tomar en cuenta para cuidar nuestra Madre naturalezaā¦?Ā Ā
En un mundo donde a veces olvidamos nuestras raĆces, este viaje me recordó que mirar hacia atrĆ”s no es retroceder, sino aprender. Los ancestros de Mesa Verde nos enseƱan que la verdadera riqueza estĆ” en adaptarse sin perder la esencia, en cuidar la tierra porque ella cuida de nosotros, y en valorar la memoria como una brĆŗjula para el futuro.
El agua, viaje y reflexión desde Mancos, Colorado
El agua es vida. Aunque es una frase repetida, pero cuando se camina por tierras Ôridas y se siente en carne propia lo que significa su ausencia, esas palabras cobran un peso diferente. Mi viaje a Mancos, en Colorado, coincidió con el verano mÔs intenso, esa temporada en la que el sol parece no querer descansar y la tierra se abre pidiendo un respiro. Allà entendà de otra manera lo que implica la escasez de agua, y cómo las comunidades buscan sobrevivir en medio de ella.
En Mancos, la gente ha aprendido a convivir con la sequĆa. La preparación es parte de su vida diaria: construyeron un gran reservorio de agua, un sĆmbolo de previsión y de esperanza. Ellos saben que, sin agua, no hay agricultura, no hay ganado, no hay futuro. El agua es la raĆz de todo, y cada gota se cuida como si fuera un tesoro. En cambio, en mi comunidad no hemos tomado ese tipo de medidas. Vivimos con la idea de que el agua siempre estarĆ” ahĆ, fluyendo en rĆos y manantiales, como si fuera un derecho eterno e inagotable. Y sin embargo, la Pachamama ya nos estĆ” llamando la atención: menos lluvia, mĆ”s basura, mĆ”s calor. Ella nos susurra, o quizĆ”s nos grita, que debemos cambiar.

La agricultura, aquĆ y allĆ”, depende de ese hilo azul que nos conecta a la tierra. Sin agua, la semilla muere antes de soƱar con ser planta. Sin agua, los pastos se secan y el ganado pierde su alimento. En Mancos lo saben, y por eso agradecen cada lluvia con un respeto que me conmovió.Ā
Un dĆa, junto a mis compaƱeros, hicimos un pequeƱo ritual de agradecimiento a la Pachamama, pidiendo y agradeciendo a los cuatro elementos importantes, entre ellos el agua, para que bendijera las siembras de este aƱo. Y entonces, como si la Madre Tierra nos escuchara, comenzó a llover. La gente se quedó en silencio, feliz, solo escuchando el sonido de las gotas.
DĆas despuĆ©s, mientras pedĆa un cafĆ©, una tormenta con viento y granizo se desató. Yo, del āteam cafĆ© y lluviaā, no pude evitar sonreĆr. Miraba el agua correr con fuerza por las calles y pensaba: ojalĆ” toda esa lluvia llegue a los campos, a las montaƱas, a los reservorios llenĆ”ndose de Poco a Poco guardando vida para los dĆas mĆ”s duros. Era como si el cielo estuviera devolviendo la vidaā¦
Ese dĆa confirmĆ© algo: el agua no es solo recurso, es un regalo, es la voz de la Pachamama recordĆ”ndonos que sin ella nada existe. En Mancos entendĆ la gratitud profunda que debemos tenerle. AllĆ”, cuando llueve, no es un fastidio ni una interrupción: es celebración. La gente no se queja de mojarse, al contrario, se siente bendecida.
Comparo eso con mi comunidad, donde aĆŗn no tenemos esa conciencia plena. Donde pensamos que siempre habrĆ” un rĆo cerca, que la montaƱa siempre guardarĆ” manantiales. Pero la realidad del cambio climĆ”tico nos alcanza, y nos toca a todos. No podemos esperar a que llegue la sequĆa para reaccionar. Debemos cuidar el agua desde hoy, con acciones pequeƱas pero poderosas: reducir basura, evitar contaminación, sembrar mĆ”s Ć”rboles, adaptarnos a un nuevo equilibrio.
El viaje a Mancos no fue solo un recorrido turĆstico; fue un aprendizaje. La Pachamama nos habló, y lo hizo con lluvia. El agua nos recordó que es fuerza, alimento, y tambiĆ©n advertencia. Y yo me llevĆ© de regreso una certeza: la sobrevivencia de cualquier pueblo, de cualquier cultura, depende del respeto que tengamos por cada gota de agua.
Tres escenarios, una misma raĆz: celebrando mi cultura en Colorado

Viajar también es compartir lo que somos. Durante mi estancia en Colorado tuve la dicha de vivir tres experiencias culturales que me llenaron de orgullo y emoción.Tres escenarios distintos, pero unidos por un mismo propósito: mostrar con orgullo mi Ecuador, mi pueblo otavaleño, mi cultura kichwa.
šŖšØ Feria Latinoamericana
El primer evento fue una feria donde distintos paĆses mostraron su cultura y gastronomĆa. Representamos a Ecuador con una deliciosa colada morada. La gente se acercaba curiosa, preguntando por la receta y los ingredientes.Ā
Pero lo mĆ”s impactante fue cuando, junto con mis compaƱeras, presentamos una danza corta: un fandango. Con la mĆŗsica comenzó tambiĆ©n la emoción. DespuĆ©s mostramos un ritual del Inti Raymi, hablando un poco en kichwa, recordando nuestras raĆces. Y cerramos con broche de oro con un Inti Raymi que se volvió inolvidable: invitamos a todos a bailar, y la magia ocurrió. NiƱos, niƱas, jóvenes, adultos⦠todos se sumaron. El espacio se llenó de sonrisas y pasos, y en mi corazón latĆa un orgullo inmenso al decir: āEsta mĆŗsica es de mi gente, de los kichwa de Otavalo.ā
Teatro Sunflower en Cortez

El segundo evento fue en el teatro Sunflower. Estaba nerviosa por hablar en otro idioma, ante tantas personas, pero ese miedo se transformó en felicidad y orgullo cuando llegó El momento de El Inti Raymi, nuevamente, fue un puente que unió corazones. Esta vez el pĆŗblico no solo aplaudió: bailaron todos, incluso en El Segundo Piso la Gente estaba bailando, hasta que ya no quedó espacio. La mĆŗsica llenaba el teatro y yo sentĆa que mi alma se expandĆa con ella. Esa noche confirmĆ© que mis raĆces son un regalo, que la sangre de mis antepasados agricultores y ganaderos, esa sangre que no conoce horarios ni descanso, me da la fuerza para mostrarle al mundo quiĆ©n soy y de dónde vengo.
Zuni: alegrĆa y niƱos
La tercera experiencia fue en Zuni, en un evento lleno de niƱos y familias. AllĆ tambiĆ©n nos recibieron con cariƱo, y al presentar nuestra danza, los pequeƱos se sumaron espontĆ”neamente a bailar. Sus risas llenaron el ambiente, y sentĆ que ese intercambio cultural era mĆ”s que una presentación: era una conexión sincera. Llevamos nuestra fiesta del Inti Raymi hasta allĆ, recordando a los otavaleƱos que en todo el mundo esperan el retorno a la tierrita para agradecer a la Pachamama por los frutos del aƱo.
Cada evento fue diferente, pero todos comparten algo: el orgullo de ser parte de una cultura viva, que se mantiene fuerte incluso lejos de casa.

Zuni: Donde el desierto cuenta historias, Una llegada entre arena, viento y silencio
El sol del desierto tiene una forma particular de hablar. No con palabras, sino con su luz, con ese brillo que parece flotar sobre la arena y que te obliga a mirar mĆ”s allĆ” de lo evidente. Cuando lleguĆ© a Zuni, una pequeƱa comunidad escondida en la inmensidad Ć”rida del suroeste de Estados Unidos, sentĆ que el paisaje me observaba a mĆ, no al revĆ©s. Todo parecĆa quieto, seco, sin vida… hasta que conocĆ a su gente.
Zuni no es solo un pueblo; es un corazón que late en medio del desierto. AllĆ, entre casas y caminos polvorientos, descubrĆ una cultura que ha resistido el paso del tiempo, conservando tradiciones, creencias y una profunda conexión con la tierra.
Durante mi estancia, me impresionó la forma en que los mayores son vistos como verdaderos guardianes de la historia. En cada conversación, cada gesto, se siente la presencia de los antepasados. Ellos son la voz viva del pasado, y los jóvenes los escuchan con respeto. Las historias no estÔn en los libros, sino en los corazones de las familias, en los rituales, en los idiomas que resisten al olvido.

Sin embargo, no todo es igual que antes. Muchos me contaron que el cambio climĆ”tico ha cambiado el paisaje y la vida: la escasez de agua limita los cultivos, y las familias solo pueden sembrar pequeƱas parcelas para su propio consumo. Lo mĆ”s hermoso es que aĆŗn conservan su costumbre ancestral: la primera cosecha se ofrece a la familia y a las ceremonias sagradas, como sĆmbolo de gratitud a la tierra.
Un intercambio que unió sabores y corazones
Una de las experiencias mĆ”s hermosas fue cuando visitamos una casa donde varias familias del mismo clan trabajaban juntas. Llevamos pan reciĆ©n horneado y colada morada, una bebida tradicional de mi Ecuador. Al principio, pensĆ© que tal vez no les gustarĆa⦠pero su reacción fue maravillosa. Los niƱos sonreĆan con los labios morados del jugo, los adultos repetĆan porciones de pan, yĀ nos pedĆan la receta.
Ese momento me llenó el alma. Fue un verdadero intercambio cultural, no solo de comida, sino de emociones. La anfitriona, una mujer con una energĆa luminosa, nos invitó a compartir su mesa. Era como una fiesta: risas, comida y una sensación de hermandad. Entre los platos tradicionales que ofreció, descubrĆ el pozole, una sopa hecha con maĆz. Lo probĆ© y sentĆ un pequeƱo puente invisible hacia mi hogar, porque en mi familia tambiĆ©n comemos mote, el mismo maĆz, pero en otra forma.
En ese instante entendĆ que el maĆz no solo alimenta el cuerpo, sino tambiĆ©n la historia. Es un sĆmbolo de vida compartida, de raĆces que quizĆ”s se extienden mĆ”s allĆ” de lo que imaginamos. QuizĆ”s, pensĆ©, nuestros ancestros alguna vez compartieron el mismo grano, el mismo fuego, la misma tierra.
El vuelo sagrado de las Ɣguilas

Entre los lugares que mĆ”s me impactaron estuvo el centro de rescate de las Ć”guilas. En Zuni, las Ć”guilas no son solo aves; son mensajeras, sĆmbolos sagrados de fortaleza y conexión espiritual. Escuchar al encargado hablar de su trabajo fue profundamente inspirador. Con respeto y amor, explicó cómo rescatan animales atropellados, como los venados, para alimentar a las Ć”guilas y asĆ no desperdiciar los recursos que la naturaleza ofrece.
 En ese silencio del desierto, comprendà que proteger a un ser vivo es también proteger una parte de nosotros mismos.
Camino a Arizona: raĆces que buscan renacer

El viaje continuó hacia Arizona, donde conocimos a un miembro de la tribu DinĆ© con una organizacion que se llama Nihikeya. AllĆ, entre montaƱas y campos resecos, Ć©l lucha por recuperar las tierras de sus antepasados y reestablecer las costumbres perdidas. En su finca cultiva verduras y experimenta con nuevas tĆ©cnicas para conservar el agua, recogiendo incluso la Ćŗltima gota de lluvia.
Su dedicación me recordó que la verdadera fuerza de una cultura estÔ en su capacidad de adaptarse sin rendirse. Los pueblos originarios siempre han sabido escuchar a la tierra, y ese es el aprendizaje mÔs grande que me traje conmigo: no se trata solo de sobrevivir, sino de convivir con el mundo que nos rodea.

La experiencia gastronómica mĆ”s importante y que anhelaba desde que lleguĆ© a Mancos lo cumplĆ en esta granja en Arizona, nos ofrecieron una sopa de verduras deliciosa y para mi fue un honor probar el maĆz azul, ya que esta variedad no tenemos en Ecuador, entonces fue verdaderamente agradable.Ā
La semana que pasĆ© en Zuni me dejó mĆ”s preguntas que respuestas, y tal vez eso es lo mĆ”s valioso de un viaje. AprendĆ que el silencio del desierto no estĆ” vacĆo: estĆ” lleno de historias, de sabidurĆa, de la voz del viento que lleva los susurros de los ancestros.
Cada encuentro, cada conversación, cada sonrisa compartida fue una lección de humildad y gratitud. Me di cuenta de que la modernidad nos ha alejado de la esencia, de lo simple, de lo verdadero.
Zuni me enseñó que las culturas no mueren mientras alguien las recuerde, y que cuidar el agua, la tierra y las tradiciones no es mirar hacia atrÔs, sino mirar con esperanza hacia adelante.
Cuando dejĆ© Zuni y el paisaje comenzó a alejarse por la ventana del bus, sentĆ una mezcla de nostalgia y gratitud. El viaje me transformó, Creo que el eco de los ancestros sigue vivo , Ya no veĆa el desierto como un lugar vacĆo, sino como un corazón lleno de vida que late al ritmo del viento y la memoria.
Por Sisa Panama
English
What I learned during my trip to the U.S. through the Eagle and Condor program

This trip to the United States was much more than a simple academic or cultural experience: it was an adventure of the soul. During my stay, I had the opportunity to live moments that deeply sparked my emotions, learning and encounters that took my heart to different corners of that country. I want to share the most significant and emotional moments of this intercultural experience. These are moments that inspired me, made me reflect, and reminded me who I am and where I come from.
A host mother among plants, laughter, and dogs
There are encounters that seem written by fate. During those days in Colorado, I met my host mother, a woman with such a beautiful energy that just seeing her made you feel at home.

From the first moment she greeted me with a smile and told me: “I have two dogs.” Schottie and Schew appeared, two four-legged companions wagging their tails, welcoming me. I, as an animal lover, couldn’t feel happier. In Ecuador I also have dogs, so that connection flowed immediately.
One of the most beautiful experiences we shared was when she took me around Mancos. We walked and, with patience and passion, she told me about every plant we came across. She described its benefits, its properties, and its history. And it was fascinating, because I share that same love for nature, for the trees that I consider guardians of natural resources, protectors of water, and the air that gives us life. In every word, I felt a connection with my own thoughts: that trees are the basis of our good living, and that without them we would have no pure air or future away from the fumes of the city.
Those walks, both day and night, were memorable. I especially remember the night walks with the dogs towards the forest or around Mancos. The scent of the plants accompanied us, and her voice was filled with love when talking about animals, telling me incredible stories, including some of risk, where she had put herself in danger protecting her dogs. Schottie and Schew were not just pets, they were part of her heart, and the neighbors knew it: everyone loved them.
Her environmental work moved me deeply. She cultivates native plants and looks for species that adapt to the climate of the town, reforesting with love and patience. She does it with so much affection that her work seems more like an art. She taught me that when you love what you do, work ceases to be an obligation and becomes passion, a life mission.
Her joy is contagious. Despite the challenges that life has posed to her, she always has a ready smile, she always laughs with that spark that brightens the atmosphere and makes those around her feel lighter. It was important to meet her, because at some point in my life I myself felt that I was in a blockage, in a pause without direction. And she, with her example, taught me that you should never stop striving for dreams, that life will always have adversities, but the essential thing is to face them with passion, gratitude, and love for what one does.
There are people who appear in your life unexpectedly and leave deep traces, even if the time shared is short. Today, I hold that experience as a gift. Because it’s not always about the places you visit, but about the people who make that trip become a lesson. And my host mother, with her beautiful energy, her adorable dogs, and her love for nature, taught me that true strength is in smiling at life and continuing to sow, even if the terrain is difficult.
A journey to Mesa Verde: The footprint of the ancestors
A bridge between times: Traveling does not always mean only exploring new places, cities, large buildings, technological empires, etc. Sometimes it means traveling backward, to the root of history. My visit to Mesa Verde, in Colorado, was exactly that: An encounter with the ancestors, discovering how with their strength and courage they developed a way to survive in a world full of challenges. There, among mountains, canyons, and silences that seem to speak, I discovered how the past is still alive in every stone, in every corner of these ancestral dwellings.
Mesa Verde is much more than a national park. It represents a story engraved in stone, a cultural sanctuary, home of the ancient ancestral peoples, who built impressive villages on the cliffs. Their constructions were not mere shelters; they were homes designed with ingenuity to protect themselves from extreme weather and make the most of the resources of the earth.

Walking between these structures is like entering a natural museum without showcases. The stone walls tell stories of families, of communities that lived in union, that shared food, rituals and dreams.
The most amazing thing is how they knew how to adapt to the environment, creating an admirable balance with nature. They grew different types of corn, beans, and squash in a seemingly arid terrain, demonstrating that resilience is part of the human spirit.
The natural environment was their teacher and ally in certain seasons, beyond their architecture whose structures are impressive. With the ingenuity they had to devise a structure that is still so firm, Mesa Verde teaches that nature was a true teacher for the original peoples. The canyons and plateaus offered shelter and water, while the mountains were spiritual guides. Every detail of the landscape had a meaning, every resource was used with respect and gratitude.
Going through these scenarios made me reflect on the connection we have lost in modern life. Today, many times we see nature as a resource to exploit; however, for them, it was a sacred space, a companion in survival.
It is a cultural legacy that is still alive. The most surprising thing about this trip was not only to contemplate the ruins, but to recognize that the descendants of those peoples still keep their traditions alive. Their ceremonies, respect for water, and community vision of life continue to be current teachingsā¦

Observing the petroglyphs and the remains of their villages, I understood that culture does not disappear: it transforms, adapts, and continues to flow in the memory of those who honor their ancestors. It is necessary to learn from the past for the present. Visiting Mesa Verde was not only a tourist adventure. It was an opportunity to listen to the echo of the ancestors and reflect on the balance that we must seek in our current life. If ancestral peoples survived with ingenuity, unity, and respect for their environment, what stops us from doing so? What actions should we take into account to take care of our Mother Nature?
In a world where we sometimes forget our roots, this journey reminded me that looking back is not going back, but learning. The ancestors of Mesa Verde teach us that true wealth is in adapting without losing the essence, in taking care of the earth because it takes care of us, and in valuing memory as a compass for the future.
3. Water, travel and reflection from Mancos, Colorado
Water is life. Although it is a repeated phrase, when you walk through arid lands and feel in your own flesh, those words take on a different weight. My trip to Mancos, Colorado, coincided with the most intense summer, a season in which the sun does not seem to want to rest and the earth opens up asking for a break. There I understood in a different way what water scarcity implies, and how communities seek to survive in the midst of it.
In Mancos, people have learned to live with the drought. Preparation is part of their daily life: They built a large reservoir of water, a symbol of foresight and hope. They know that, without water, there is no agriculture, no cattle, no future. Water is the root of everything, and every drop is taken care of as if it were a treasure. On the other hand, in my community we have not taken those kinds of measures. We live with the idea that water will always be there, flowing in rivers and springs, as if it were an eternal and inexhaustible right. And yet, the Pachamama is already calling our attention: less rain, more garbage, more heat. She whispers to us, or perhaps yells at us, that we must change.

Agriculture, here and there, depends on that blue thread that connects us to the land. Without water, the seed dies before dreaming of being a plant. Without water, the pastures dry up and the cattle lose their food. In Mancos, they know it, and that’s why they appreciate every rain with a respect that moved me.
One day, together with my colleagues, we did a small ritual of thanks to the Pachamama, asking and thanking the four important elements, including water, to bless this year’s plantings. And then, as if Mother Earth heard us, it began to rain. People were silent, happy, just listening to the sound of the drops.
Days later, while ordering a coffee, a storm with wind and hail broke out. I, from the “coffee and rain” team, I couldn’t help but smile. I watched the water running hard through the streets and thought: I hope all that rain reaches the fields, the mountains, the reservoirs filling up little by little, saving life for the hardest days. It was as if heaven was giving life back.
That day I confirmed something. Water is not just a resource, it is a gift, it is the voice of the Pachamama reminding us that without it nothing exists. In Mancos, I understood the deep gratitude we must have for it. There, when it rains, it’s not a nuisance or an interruption: it’s a celebration. People don’t complain about getting wet, on the contrary, they feel blessed.
I compare that with my community, where we still don’t have that full awareness. Where we think that there will always be a river nearby, that the mountain will always have springs. But the reality of climate change reaches us, and it touches us all. We can’t wait for the drought to react. We must take care of the water from today, with small but powerful actions: reduce garbage, avoid pollution, plant more trees, and adapt to a new balance.
The trip to Mancos was not just a tourist tour; it was a learning experience. The Pachamama spoke to us, and she did it with rain. Water reminded us that it is strength, food, and also warning. And I took back a certainty: the survival of any people, of any culture, depends on the respect we have for every drop of water.
4. Three venues, one root: celebrating my culture in Colorado and New Mexico
Traveling is also about sharing who we are. During my stay in the United States, I had the pleasure of living three cultural experiences that filled me with pride and emotion. Three different venues, but united by the same purpose: to proudly share my Ecuador, my OtavaleƱo people, my Kichwa culture.
Latin American Fair

The first event was a fair where different countries showed their culture and gastronomy. We represented Ecuador with a delicious purple colada. People approached curiously, asking about the recipe and the ingredients.
But the most surprising thing was when, together with my colleagues, we presented a short dance: a fandango. When the music started, so did my emotions. Then, we showed an Inti Raymi ritual, talking a little in Kichwa, remembering our roots. And we closed with an Inti Raymi tradition that became unforgettable: we invited everyone to dance and the magic happened. Boys, girls, young people, adults… Everyone joined. The space was filled with smiles and footsteps, and in my heart beat an immense pride when I said: “This music is from my people, from the Kichwa of Otavalo.”
Sunflower Theatre in Cortez

The second event was at the Sunflower Theatre. I was nervous about speaking in another language, in front of so many people, but that fear turned into happiness and pride when the moment of Inti Raymi arrived, again, was a bridge that united hearts. This time the audience not only applauded: everyone danced. Even on the second floor the people were dancing, until there was no more space left. The music filled the theater and I felt that my soul expanded with it. That night I confirmed that my roots are a gift, that the blood of my ancestors, farmers, and ranchers, that blood that knows no schedules or rest, gives me the strength to show the world who I am and where I come from.
Zuni: joy and children
The third experience was in Zuni, in an event full of children and families. There we were also received with affection, and when presenting our dance, the little ones spontaneously joined the dance. Their laughter filled the space, and I felt that that cultural exchange was more than a presentation: it was a sincere connection. We took our Inti Raymi party there, remembering the OtavaleƱos who all over the world are waiting for the chance to return to their beloved land to thank the Pachamama for the fruits of the year.
Each event was different, but at each one we shared something: the pride of being part of a living culture, which remains strong even away from home.
Zuni: Where the desert tells stories, an arrival between sand, wind and silence
The desert sun has a particular way of speaking. Not with words, but with its light, with that brightness that seems to float on the sand and that forces you to look beyond the obvious. When I arrived in Zuni, a small community hidden in the arid immensity of the southwestern United States, I felt that the landscape was watching me, not the other way around. Everything seemed still, dry, lifeless… until I met its people.
Zuni is not just a pueblo; it is a heart that beats in the middle of the desert. There, between houses and dusty roads, I discovered a culture that has resisted the passage of time, preserving traditions, beliefs and a deep connection with the land.
During my stay, I was impressed by the way in which the elders are seen as true guardians of history. In every conversation, every gesture, the presence of the ancestors is felt. They are the living voice of the past, and young people listen to them with respect. Stories are not in books, but in the hearts of families, in rituals, in languages that resist oblivion.
However, not everything is the same as before. Many told me that climate change has changed the landscape and life: water scarcity limits crops, and families can only sow small plots for their own consumption. The most beautiful thing is that they still retain their ancestral custom: the first harvest is offered to the family and sacred ceremonies, as a symbol of gratitude to the land.
An exchange that united flavors and hearts
One of the most beautiful experiences was when we visited a house where several families of the same kiva group worked together. We brought freshly baked bread and colada morada, a traditional drink from my Ecuador. At first, I thought maybe they wouldn’t like it… but their reaction was wonderful. The children smiled with purple lips from the juice, the adults enjoyed multiple servings of bread and asked us for the recipe.
That moment filled my soul. It was a real cultural exchange, not only of food, but of emotions. The hostess, a woman with a luminous energy, invited us to share her table. It was like a party: laughter, food, and a feeling of brotherhood. Among the traditional dishes they offered, I discovered the posole, a soup made with hominy. I tried it and felt a small invisible bridge to my home, because in my family we also eat mote, the same corn, but in a different way.
At that moment I understood that corn not only feeds the body, but also history. It is a symbol of shared life, of roots that perhaps extend beyond what we imagine. Perhaps, I thought, our ancestors once shared the same grain, the same fire, the same land.
The sacred flight of the eagles

Among the places that impacted me the most was the eagle rescue center. In Zuni, eagles are not just birds; they are messengers, sacred symbols of strength and spiritual connection. Listening to the manager talk about his work was deeply inspiring. With respect and love, he explained how they rescue run over animals, such as deer, to feed the eagles and thus not waste the resources that nature offers.
In that desert silence, I understood that protecting a living being is also protecting a part of ourselves.
The week I spent in Zuni left me more questions than answers, and maybe that’s the most valuable thing about a trip. I learned that the silence of the desert is not empty: it is full of stories, of wisdom, of the voice of the wind that carries the whispers of the ancestors.
Every meeting, every conversation, every smile shared was a lesson in humility and gratitude. I realized that modernity has distanced us from the essence, from the simple, from the true.
āZuni taught me that cultures do not die as long as someone remembers them, and that caring for water, land and traditions is not looking back, but looking forward with hope.ā
When I left Zuni and the landscape began to move away through the bus window, I felt a mixture of nostalgia and gratitude. The journey transformed me. I believe that the echo of the ancestors is still alive. I no longer saw the desert as an empty place, but as a heart full of life that beats to the rhythm of the wind and memory.
Road to Arizona: roots that seek to be reborn

The journey continued to Arizona, where we met a member of the DinƩ tribe, with an organization called Nihikeya. There, among mountains and dry fields, they fight to recover the lands of their ancestors and re-establish lost customs. On the farm they grow vegetables and experiment with new techniques to conserve water, collecting even the last drop of rain.
Their dedication reminded me that the true strength of a culture lies in its ability to adapt without giving up. The original peoples have always been able to listen to the earth, and that is the greatest learning I brought with me: it is not just about surviving, but about living with the world around us.
The most important gastronomic experience that I longed for since I arrived in Mancos was fulfilled on this farm in Arizona. They offered us a delicious vegetable soup and for me it was an honor to try blue corn, since we do not have this variety in Ecuador, so it was really enjoyable.

By Sisa Panama
FranƧais
Les expĆ©riences que j’ai vĆ©cues lors de mon voyage aux Ćtats-Unis dans le cadre du programme Aigle et Condor

Ce voyage aux Ćtats-Unis a Ć©tĆ© bien plus qu’une simple expĆ©rience acadĆ©mique ou culturelleĀ : ce fut une aventure spirituelle. Pendant mon sĆ©jour, j’ai eu l’occasion de vivre des moments forts en Ć©motions, d’apprendre et de faire des rencontres qui m’ont fait dĆ©couvrir diffĆ©rents aspects de ce pays. Je souhaite partager les moments les plus marquants et les plus Ć©mouvants de cette expĆ©rience interculturelle. Ces moments m’ont inspirĆ©e, m’ont fait rĆ©flĆ©chir et m’ont rappelĆ© qui je suis et d’où je viens.
Une mĆØre d’accueil dans un cadre verdoyant, joyeux et rempli de chiens
Certaines rencontres semblent Ć©crites par le destin. Pendant mon sĆ©jour dans le Colorado, j’ai rencontrĆ© ma mĆØre d’accueil, une femme qui dĆ©gageait une telle Ć©nergie positive que le simple fait de la voir me faisait me sentir chez moi.
DĆØs le premier instant, elle m’a accueillie avec le sourire et m’a ditĀ : Ā« J’ai deux chiens. Ā» Schottie et Schew sont alors apparus, deux compagnons Ć quatre pattes qui remuaient la queue pour me souhaiter la bienvenue. En tant qu’amoureuse des animaux, je ne pouvais pas ĆŖtre plus heureuse. En Ćquateur, j’ai aussi des chiens, donc le courant est tout de suite passĆ© entre nous.
L’une des plus belles expĆ©riences que nous avons partagĆ©es a Ć©tĆ© lorsqu’elle m’a fait visiter Mancos. Nous avons marchĆ© et, avec patience et passion, elle m’a parlĆ© de chaque plante que nous avons croisĆ©e. Elle m’a dĆ©crit ses bienfaits, ses propriĆ©tĆ©s et son histoire. C’Ć©tait fascinant, car je partage ce mĆŖme amour pour la nature, pour les arbres que je considĆØre comme les gardiens des ressources naturelles, les protecteurs de l’eau et de l’air qui nous donnent la vie. Chaque mot Ć©voquait mes propres pensĆ©esĀ : les arbres sont la base de notre bien-ĆŖtre, et sans eux, nous n’aurions ni air pur ni avenir loin des fumĆ©es de la ville.

Ces promenades, de jour comme de nuit, Ć©taient mĆ©morables. Je me souviens particuliĆØrement des promenades nocturnes avec les chiens vers la forĆŖt ou autour de Mancos. Le parfum des plantes nous accompagnait, et sa voix Ć©tait pleine d’amour lorsqu’elle parlait des animaux, me racontant des histoires incroyables, y compris certaines risquĆ©es, où elle s’Ć©tait mise en danger pour protĆ©ger ses chiens. Schottie et Schew n’Ć©taient pas seulement des animaux de compagnie, mais sa famille, et les voisins le savaientĀ : tout le monde les aimait.
Son travail en faveur de l’environnement m’a profondĆ©ment Ć©mue. Elle cultive des plantes indigĆØnes et recherche des espĆØces qui s’adaptent au climat de la ville, reboisant avec amour et patience. Elle le fait avec tant d’affection que son travail ressemble davantage Ć un art. Elle m’a appris que lorsque l’on aime ce que l’on fait, le travail cesse d’ĆŖtre une obligation et devient une passion, une mission de vie.
Sa joie est contagieuse. MalgrĆ© les dĆ©fis que la vie lui a imposĆ©s, elle a toujours le sourire aux lĆØvres, elle rit toujours avec cette Ć©tincelle qui illumine l’atmosphĆØre et rend ceux qui l’entourent plus lĆ©gers. Il Ć©tait important de la rencontrer, car Ć un moment donnĆ© de ma vie, j’ai moi-mĆŖme eu l’impression d’ĆŖtre dans une impasse, dans une pause sans direction. Et elle, par son exemple, m’a appris qu’il ne faut jamais cesser de poursuivre ses rĆŖves, que la vie sera toujours semĆ©e d’embĆ»ches, mais que l’essentiel est de les affronter avec passion, gratitude et amour pour ce que l’on fait.
Il y a des personnes qui apparaissent dans votre vie de maniĆØre inattendue et qui laissent des traces profondes, mĆŖme si le temps passĆ© ensemble est court. Aujourd’hui, je considĆØre cette expĆ©rience comme un cadeau. Car ce ne sont pas toujours les lieux que l’on visite qui comptent, mais les personnes qui font de ce voyage une leƧon. Et ma mĆØre d’accueil, avec sa belle Ć©nergie, ses adorables chiens et son amour de la nature, m’a appris que la vraie force rĆ©side dans le fait de sourire Ć la vie et de continuer Ć semer, mĆŖme si le terrain est difficile.
Un voyage Ć Mesa Verde : les traces des ancĆŖtres
Un pont entre les Ć©poquesĀ : voyager ne signifie pas toujours explorer de nouveaux endroits, des villes, de grands bĆ¢timents, des empires technologiques, etc. Parfois, cela signifie voyager dans le temps, vers les racines de l’histoire. Ma visite Ć Mesa Verde, dans le Colorado, Ć©tait exactement celaĀ : une rencontre avec les ancĆŖtres, une dĆ©couverte de la faƧon dont, grĆ¢ce Ć leur force et leur courage, ils ont dĆ©veloppĆ© un moyen de survivre dans un monde plein de dĆ©fis. LĆ , parmi les montagnes, les canyons et les silences qui semblent parler, j’ai dĆ©couvert comment le passĆ© est toujours vivant dans chaque pierre, dans chaque recoin de ces habitations ancestrales.

Mesa Verde est bien plus qu’un parc national. Il reprĆ©sente une histoire gravĆ©e dans la pierre, un sanctuaire culturel, la patrie des anciens peuples ancestraux, qui ont construit d’impressionnants villages sur les falaises. Leurs constructions n’Ć©taient pas de simples abri. C’Ć©taient des maisons conƧues avec ingĆ©niositĆ© pour se protĆ©ger des conditions climatiques extrĆŖmes et tirer le meilleur parti des ressources de la terre.
Se promener entre ces structures, c’est comme entrer dans un musĆ©e naturel sans vitrines. Les murs de pierre racontent l’histoire de familles, de communautĆ©s qui vivaient en union, qui partageaient leur nourriture, leurs rituels et leurs rĆŖves.
Le plus Ć©tonnant, c’est leur capacitĆ© Ć s’adapter Ć leur environnement, crĆ©ant ainsi un Ć©quilibre admirable avec la nature. Ils cultivaient diffĆ©rents types de maĆÆs, de haricots et de courges dans un terrain apparemment aride, dĆ©montrant ainsi que la rĆ©silience fait partie intĆ©grante de l’esprit humain.
L’environnement naturel Ć©tait leur professeur et leur alliĆ© Ć certaines saisons, au-delĆ de leur architecture dont les structures sont impressionnantes. Avec l’ingĆ©niositĆ© dont ils ont fait preuve pour concevoir une structure qui est encore si solide aujourd’hui, Mesa Verde nous enseigne que la nature Ć©tait un vĆ©ritable professeur pour les peuples originels. Les canyons et les plateaux offraient un abri et de l’eau, tandis que les montagnes Ć©taient des guides spirituels. Chaque dĆ©tail du paysage avait une signification, chaque ressource Ć©tait utilisĆ©e avec respect et gratitude.

Le fait de traverser ces paysages m’a fait rĆ©flĆ©chir au lien que nous avons perdu dans la vie moderne. Aujourd’hui, nous considĆ©rons souvent la nature comme une ressource Ć exploiter. Cependant, pour eux, c’Ć©tait un espace sacrĆ©, un compagnon de survie.
C’est un hĆ©ritage culturel qui est toujours vivant. Le plus surprenant dans ce voyage n’a pas Ć©tĆ© seulement de contempler les ruines, mais de reconnaĆ®tre que les descendants de ces peuples perpĆ©tuent encore leurs traditions. Leurs cĆ©rĆ©monies, leur respect de l’eau et leur vision communautaire de la vie continuent d’ĆŖtre des enseignements actuelsā¦
En observant les pĆ©troglyphes et les vestiges de leurs villages, j’ai compris que la culture ne disparaĆ®t pasĀ : elle se transforme, s’adapte et continue de vivre dans la mĆ©moire de ceux qui honorent leurs ancĆŖtres. Il est nĆ©cessaire de tirer les leƧons du passĆ© pour le prĆ©sent. Visiter Mesa Verde n’Ć©tait pas seulement une aventure touristique. C’Ć©tait l’occasion d’Ć©couter l’Ć©cho des ancĆŖtres et de rĆ©flĆ©chir Ć l’Ć©quilibre que nous devons rechercher dans notre vie actuelle. Si les peuples ancestraux ont survĆ©cu grĆ¢ce Ć leur ingĆ©niositĆ©, leur unitĆ© et leur respect de l’environnement, qu’est-ce qui nous empĆŖche d’en faire autantĀ ? Quelles mesures devons-nous prendre pour prendre soin de notre mĆØre NatureĀ ?
Dans un monde où nous oublions parfois nos racines, ce voyage m’a rappelĆ© que regarder en arriĆØre n’est pas revenir en arriĆØre, mais apprendre. Les ancĆŖtres de Mesa Verde nous enseignent que la vĆ©ritable richesse rĆ©side dans l’adaptation sans perdre l’essence, dans le fait de prendre soin de la terre parce qu’elle prend soin de nous, et dans la valorisation de la mĆ©moire comme boussole pour l’avenir.
3. Eau, voyage et rƩflexion depuis Mancos, Colorado
L’eau, c’est la vie. MĆŖme si cette phrase est souvent rĆ©pĆ©tĆ©e, lorsque vous marchez dans des terres arides et que vous le ressentez dans votre propre chair, ces mots prennent un poids diffĆ©rent. Mon voyage Ć Mancos, dans le Colorado, a coĆÆncidĆ© avec l’Ć©tĆ© le plus intense, une saison où le soleil ne semble pas vouloir se reposer et où la terre s’ouvre pour demander une pause. LĆ -bas, j’ai compris d’une maniĆØre diffĆ©rente ce qu’implique la pĆ©nurie d’eau et comment les communautĆ©s cherchent Ć survivre au milieu de celle-ci.
Ć Mancos, les gens ont appris Ć vivre avec la sĆ©cheresse. La prĆ©paration fait partie de leur quotidienĀ : ils ont construit un grand rĆ©servoir d’eau, symbole de prĆ©voyance et d’espoir. Ils savent que sans eau, il n’y a pas d’agriculture, pas de bĆ©tail, pas d’avenir. L’eau est la source de tout, et chaque goutte est prĆ©cieusement conservĆ©e comme un trĆ©sor. En revanche, dans ma communautĆ©, nous n’avons pas pris ce genre de mesures. Nous vivons avec l’idĆ©e que l’eau sera toujours lĆ , coulant dans les riviĆØres et les sources, comme s’il s’agissait d’un droit Ć©ternel et inĆ©puisable. Et pourtant, la Pachamama attire dĆ©jĆ notre attentionĀ : moins de pluie, plus de dĆ©chets, plus de chaleur. Elle nous murmure, ou peut-ĆŖtre nous crie, que nous devons changer.
L’agriculture, ici et lĆ , dĆ©pend de cet or bleu de la terre. Sans eau, la graine meurt avant mĆŖme de rĆŖver de devenir une plante. Sans eau, les pĆ¢turages s’assĆØchent et le bĆ©tail perd sa nourriture. Ć Mancos, ils le savent, et c’est pourquoi ils apprĆ©cient chaque pluie avec un respect qui m’a Ć©mu.

Un jour, avec mes collĆØgues, nous avons fait un petit rituel de remerciement Ć la Pachamama, demandant et remerciant les quatre Ć©lĆ©ments importants, dont l’eau, de bĆ©nir les plantations de cette annĆ©e. Et puis, comme si la Terre MĆØre nous avait entendus, il s’est mis Ć pleuvoir. Les gens Ć©taient silencieux, heureux, Ć©coutant simplement le bruit des gouttes.
Quelques jours plus tard, alors que je commandais un cafĆ©, une tempĆŖte accompagnĆ©e de vent et de grĆŖle s’est abattue. Moi qui fais partie de l’Ć©quipe Ā« cafĆ© et pluie Ā», je n’ai pas pu m’empĆŖcher de sourire. J’ai regardĆ© l’eau ruisseler Ć toute vitesse dans les rues et j’ai pensé : j’espĆØre que toute cette pluie atteindra les champs, les montagnes, les rĆ©servoirs qui se remplissent petit Ć petit, sauvant ainsi des vies pour les jours les plus difficiles. C’Ć©tait comme si le ciel redonnait la vie.
Ce jour-lĆ , j’ai compris quelque chose. L’eau n’est pas seulement une ressource, c’est un cadeau, c’est la voix de la Pachamama qui nous rappelle que sans elle, rien n’existe. Ć Mancos, j’ai compris la profonde gratitude que nous devons lui tĆ©moigner. LĆ -bas, quand il pleut, ce n’est pas une nuisance ou une interruptionĀ : c’est une fĆŖte. Les gens ne se plaignent pas d’ĆŖtre mouillĆ©s, au contraire, ils se sentent bĆ©nis.
Je compare cela Ć ma communautĆ©, où nous n’avons pas encore pleinement conscience de cela. Où nous pensons qu’il y aura toujours une riviĆØre Ć proximitĆ©, que la montagne aura toujours des sources. Mais la rĆ©alitĆ© du changement climatique nous touche tous. Nous ne pouvons pas attendre la sĆ©cheresse pour rĆ©agir. Nous devons prendre soin de l’eau dĆØs aujourd’hui, par des actions modestes mais efficacesĀ : rĆ©duire les dĆ©chets, Ć©viter la pollution, planter plus d’arbres et s’adapter Ć un nouvel Ć©quilibre.
Le voyage Ć Mancos n’Ć©tait pas seulement une visite touristique, c’Ć©tait aussi une expĆ©rience enrichissante. La Pachamama nous a parlĆ©, et elle l’a fait avec la pluie. L’eau nous a rappelĆ© qu’elle est source de force, de nourriture, mais aussi d’avertissement. Et j’en ai tirĆ© une certitudeĀ : la survie de tout peuple, de toute culture, dĆ©pend du respect que nous avons pour chaque goutte d’eau.
4. Trois lieux, une même racine célébrant ma culture au Colorado et au Nouveau-Mexique

Voyager, c’est aussi partager qui nous sommes. Pendant mon sĆ©jour aux Ćtats-Unis, j’ai eu le plaisir de vivre trois expĆ©riences culturelles qui m’ont remplie de fiertĆ© et d’Ć©motion. Trois lieux diffĆ©rents, mais unis par le mĆŖme objectifĀ : partager fiĆØrement mon Ćquateur, mon peuple OtavaleƱo, ma culture Kichwa.
Foire latino-amƩricaine
Le premier Ć©vĆ©nement Ć©tait une foire où diffĆ©rents pays prĆ©sentaient leur culture et leur gastronomie. Nous avons reprĆ©sentĆ© l’Ćquateur avec une dĆ©licieuse colada violette. Les gens s’approchaient avec curiositĆ©, demandant la recette et les ingrĆ©dients.
Mais le plus surprenant a Ć©tĆ© lorsque, avec mes collĆØgues, nous avons prĆ©sentĆ© une courte danseĀ : un fandango. Lorsque la musique a commencĆ©, mes Ć©motions ont suivi. Ensuite, nous avons montrĆ© un rituel Inti Raymi, en parlant un peu en kichwa, en nous souvenant de nos racines. Et nous avons terminĆ© par une tradition Inti Raymi qui est devenue inoubliableĀ : nous avons invitĆ© tout le monde Ć danser et la magie a opĆ©rĆ©. GarƧons, filles, jeunes, adultes… Tout le monde s’est joint Ć nous. L’espace Ć©tait rempli de sourires et de pas, et mon cÅur battait d’une immense fiertĆ© lorsque j’ai ditĀ : « Cette musique vient de mon peuple, les Kichwa d’Otavalo.Ā Ā»
Théâtre Sunflower à Cortez

Le deuxiĆØme Ć©vĆ©nement a eu lieu au théâtre Sunflower. J’Ć©tais nerveux Ć l’idĆ©e de parler dans une autre langue, devant tant de gens, mais cette peur s’est transformĆ©e en bonheur et en fiertĆ© lorsque le moment de l’Inti Raymi est arrivĆ©, une fois de plus, un pont qui a uni les cÅurs. Cette fois-ci, le public n’a pas seulement applaudiĀ : tout le monde a dansĆ©. MĆŖme au deuxiĆØme Ć©tage, les gens dansaient, jusqu’Ć ce qu’il n’y ait plus de place. La musique a envahi le théâtre et j’ai senti mon Ć¢me s’Ć©panouir avec elle. Ce soir-lĆ , j’ai compris que mes racines Ć©taient un cadeau, que le sang de mes ancĆŖtres, agriculteurs et Ć©leveurs, ce sang qui ne connaĆ®t ni horaires ni repos, me donnait la force de montrer au monde qui je suis et d’où je viens.
ZuniĀ : joie et enfants
La troisiĆØme expĆ©rience s’est dĆ©roulĆ©e Ć Zuni, lors d’un Ć©vĆ©nement rĆ©unissant des enfants et des familles. LĆ aussi, nous avons Ć©tĆ© accueillis avec affection, et lorsque nous avons prĆ©sentĆ© notre danse, les petits se sont spontanĆ©ment joints Ć nous. Leurs rires ont rempli l’espace, et j’ai senti que cet Ć©change culturel Ć©tait plus qu’une simple prĆ©sentation : c’Ć©tait une connexion sincĆØre. Nous avons organisĆ© notre fĆŖte Inti Raymi lĆ -bas, en pensant aux OtavaleƱos qui, partout dans le monde, attendent l’occasion de retourner sur leur terre bien-aimĆ©e pour remercier la Pachamama des fruits de l’annĆ©e.
Chaque Ć©vĆ©nement Ć©tait diffĆ©rent, mais Ć chacun d’entre eux, nous avons partagĆ© quelque chose : la fiertĆ© d’appartenir Ć une culture vivante, qui reste forte mĆŖme loin de chez soi.
Zuni : là où le désert raconte des histoires, entre sable, vent et silence
Le soleil du dĆ©sert a une faƧon particuliĆØre de parler. Pas avec des mots, mais avec sa lumiĆØre, avec cette luminositĆ© qui semble flotter sur le sable et qui vous oblige Ć regarder au-delĆ de l’Ć©vidence. Quand je suis arrivĆ© Ć Zuni, une petite communautĆ© cachĆ©e dans l’immensitĆ© aride du sud-ouest des Ćtats-Unis, j’ai senti que le paysage m’observait, et non l’inverse. Tout semblait immobile, sec, sans vie… jusqu’Ć ce que je rencontre ses habitants.
Zuni n’est pas seulement un pueblo, c’est un cÅur qui bat au milieu du dĆ©sert. LĆ , entre les maisons et les routes poussiĆ©reuses, j’ai dĆ©couvert une culture qui a rĆ©sistĆ© au passage du temps, prĆ©servant ses traditions, ses croyances et son lien profond avec la terre.
Pendant mon sĆ©jour, j’ai Ć©tĆ© impressionnĆ© par la faƧon dont les anciens sont considĆ©rĆ©s comme les vĆ©ritables gardiens de l’histoire. Dans chaque conversation, chaque geste, la prĆ©sence des ancĆŖtres se fait sentir. Ils sont la voix vivante du passĆ©, et les jeunes les Ć©coutent avec respect. Les histoires ne se trouvent pas dans les livres, mais dans le cÅur des familles, dans les rituels, dans les langues qui rĆ©sistent Ć l’oubli.
Cependant, tout n’est plus comme avant. Beaucoup m’ont dit que le changement climatique avait modifiĆ© le paysage et la vieĀ : la pĆ©nurie d’eau limite les rĆ©coltes, et les familles ne peuvent semer que de petites parcelles pour leur propre consommation. Le plus beau, c’est qu’elles conservent encore leur coutume ancestraleĀ : la premiĆØre rĆ©colte est offerte Ć la famille et lors de cĆ©rĆ©monies sacrĆ©es, en signe de gratitude envers la terre.
Un Ć©change qui a uni les saveurs et les cÅurs
L’une des plus belles expĆ©riences a Ć©tĆ© la visite d’une maison où plusieurs familles du mĆŖme groupe kiva travaillaient ensemble. Nous avons apportĆ© du pain frais et de la colada morada, une boisson traditionnelle de mon Ćquateur. Au dĆ©but, je pensais qu’ils n’aimeraient peut-ĆŖtre pas… mais leur rĆ©action a Ć©tĆ© merveilleuse. Les enfants souriaient, les lĆØvres violettes Ć cause du jus, les adultes ont dĆ©gustĆ© plusieurs portions de pain et nous ont demandĆ© la recette.
Ce moment m’a comblĆ©e. C’Ć©tait un vĆ©ritable Ć©change culturel, non seulement de nourriture, mais aussi d’Ć©motions. L’hĆ“tesse, une femme Ć l’Ć©nergie lumineuse, nous a invitĆ©s Ć partager sa table. C’Ć©tait comme une fĆŖteĀ : des rires, de la nourriture et un sentiment de fraternitĆ©. Parmi les plats traditionnels qu’ils nous ont proposĆ©s, j’ai dĆ©couvert le posole, une soupe Ć base de maĆÆs concassĆ©. Je l’ai goĆ»tĆ© et j’ai senti un petit pont invisible vers ma maison, car dans ma famille, nous mangeons aussi du mote, le mĆŖme maĆÆs, mais d’une maniĆØre diffĆ©rente.
Ć ce moment-lĆ , j’ai compris que le maĆÆs ne nourrit pas seulement le corps, mais aussi l’histoire. C’est un symbole de vie partagĆ©e, de racines qui s’Ć©tendent peut-ĆŖtre au-delĆ de ce que nous imaginons. Peut-ĆŖtre, me suis-je dit, nos ancĆŖtres partageaient-ils autrefois le mĆŖme grain, le mĆŖme feu, la mĆŖme terre.
Le vol sacrƩ des aigles

Parmi les lieux qui m’ont le plus marquĆ©, il y a le centre de sauvetage des aigles. Ć Zuni, les aigles ne sont pas seulement des oiseaux, ce sont des messagers, des symboles sacrĆ©s de force et de connexion spirituelle. Ćcouter le directeur parler de son travail m’a profondĆ©ment inspirĆ©. Avec respect et amour, il m’a expliquĆ© comment ils sauvent les animaux Ć©crasĆ©s, comme les cerfs, pour nourrir les aigles et ainsi ne pas gaspiller les ressources que la nature offre
Dans le silence du dĆ©sert, j’ai compris que protĆ©ger un ĆŖtre vivant, c’est aussi protĆ©ger une partie de nous-mĆŖmes.
La semaine que j’ai passĆ©e Ć Zuni m’a laissĆ© plus de questions que de rĆ©ponses, et c’est peut-ĆŖtre lĆ l’aspect le plus prĆ©cieux d’un voyage. J’ai appris que le silence du dĆ©sert n’est pas videĀ : il est rempli d’histoires, de sagesse, de la voix du vent qui transporte les murmures des ancĆŖtres.
Chaque rencontre, chaque conversation, chaque sourire partagĆ© Ć©tait une leƧon d’humilitĆ© et de gratitude. J’ai rĆ©alisĆ© que la modernitĆ© nous a Ć©loignĆ©s de l’essentiel, du simple, du vrai.
Ā Ā Ā Ā Ā āZuni m’a appris que les cultures ne meurent pas tant que quelqu’un s’en souvient, et que prendre soin de l’eau, de la terre et des traditions, ce n’est pas regarder en arriĆØre, mais regarder vers l’avenir avec espoir.ā
Lorsque je l’ai quittĆ©e et que le paysage a commencĆ© Ć s’Ć©loigner Ć travers la fenĆŖtre du bus, j’ai ressenti un mĆ©lange de nostalgie et de gratitude. Ce voyage m’a transformĆ©. Je crois que l’Ć©cho des ancĆŖtres est toujours vivant. Je ne voyais plus le dĆ©sert comme un lieu vide, mais comme un cÅur plein de vie qui bat au rythme du vent et de la mĆ©moire.
Route vers l’Arizona : des racines qui cherchent Ć renaĆ®treĀ

Le voyage s’est poursuivi en Arizona, où nous avons rencontrĆ© un membre de la tribu DinĆ©, avec une organisation appelĆ©e Nihikeya. LĆ , parmi les montagnes et les champs arides, ils se battent pour rĆ©cupĆ©rer les terres de leurs ancĆŖtres et rĆ©tablir les coutumes perdues. Dans leur ferme, ils cultivent des lĆ©gumes et expĆ©rimentent de nouvelles techniques pour conserver l’eau, rĆ©cupĆ©rant jusqu’Ć la derniĆØre goutte de pluie.
Leur dĆ©vouement m’a rappelĆ© que la vĆ©ritable force d’une culture rĆ©side dans sa capacitĆ© Ć s’adapter sans abandonner. Les peuples autochtones ont toujours su Ć©couter la terre, et c’est la plus grande leƧon que j’ai retenueĀ : il ne s’agit pas seulement de survivre, mais de vivre en harmonie avec le monde qui nous entoure.
L’expĆ©rience gastronomique la plus importante que j’attendais depuis mon arrivĆ©e Ć Mancos s’est rĆ©alisĆ©e dans cette ferme en Arizona. On nous a offert une dĆ©licieuse soupe de lĆ©gumes et j’ai eu l’honneur de goĆ»ter du maĆÆs bleu, une variĆ©tĆ© qui n’existe pas en Ćquateur, ce qui m’a beaucoup plu.
Par SisaĀ Panama