
By Matthew Spehlmann
“Men of Corn” Herman’s dialogue to the volunteer group brought me back to the moment. There at the table sat a handful of volunteers from the States and a number of community members. In feast fashion, food was piled high and long spanning the length of the table. Potatoes, varieties of beans, corn, and hominy constituted what lay on the table. As varied as the food, the people reflected all walks of life. But here we all were eating together thriving on the staples of life in the northern Ecuadorian highlands – potatoes and community.
I remember the mornings before departing for Ecuador. Specifically, the early mornings when I was roused by a subtle discomfort. I would lay awake staring first at the ceiling then scanning my room in my family’s home in suburban Chicago. My luggage on the floor would inevitably arrest my gaze. It was hardly unpacked from my previous semester of study in Spain. I’d want to pull my covers over my head and wait for the scent of pancakes downstairs to stir me from slumber. But words from a former mentor had a way of breaking me loose from creature comforts before the butter even hit the skillets downstairs.
I will always relate to the words, “Ships are safe at port, but that is not what they are meant for” with Shooter’s face pinned in a grin his eyes laughing at the spray of the rapids and the composed fear of raft crewmates directing our vessel through rapids. Shooter had a way of walking the line between peril and safety that brought the adventurer out in me. Maybe it was his added line of “Run the meat.”
Running the meat, he wished us to believe, was a real phrase that meant taking the most difficult line through the rapid because, only then Shooter explained, did one get the most out of the experience.

Early on in Otavalo it was easy to notice that things were different, life was different. Storefronts themselves were slumberly put together. Indeed it was a roasted, stuffed pig that signaled a business was open to customers. What you needed was there, no sugarcoating about it.
It took time coming from Chicago to think of Otavalo as a big city. Daily sojourns to the surrounding communities of Otavalo turned into week and even month long stays in communities. All the while, my perspectives on customs that I had come to accept as norms began to change.
In the two staples I referenced–potatoes and community–were most clearly noted in one of the satellite communities of Otavalo. Breakfast was potato soup. Snack or dinner was most likely potato soup as well. The household rhythm circulated around cleaning clothes and tending the gardens and livestock. But every night the tulpa, the fireplace, would be cleared of various pots for stewing or simply heating water and would become the centerpoint of home.

It was quiet, relaxed, personable. In a funny mixture of Spanish and Kichwa the family and I would talk about small things or occasionally field a dream for the future. The funniest moments were pardoning the mistakes of the day. Nothing ever passed that couldn’t be excused by a laugh and acknowledgment that what happened, happened for the better.
Inevitably, there was the return to Otavalo. Suddenly people had schedules that kept them from being around each other. The fireplace was replaced by silent, dazed staring at the TV at the end of the day. I couldn’t feel free to walk into a neighbor’s house and feel shameless asking for coffee and company.

Of course, all my times going to and from communities happened in the context of group leading. I was the resident. Other volunteer participants would arrive and go through miniature but no less profound travels while my team and I were pulling the strings behind the trip keeping things in motion.
Part of my time was spent establishing relationships with group members, as well as other relationships of a longer term with communities, and all the while being steady with my team members. It was wild and like navigating a social environment not too dissimilar from the natural environment of the rapids I learned to grease with Shooter’s overseeing eye.
Thinking of the return home I think most about the word innovation. Everything back home needs to be innovating it seems. If it’s not world changing, it is a failure. That’s what scares me. The pace and assurance of a meal in a community wiped off a killer instinct bred in me from years in college. No. I see now people could benefit from less, from simpler lives lived side by side. It’s a funny trick “opportunity” plays.
Por Matthew Spehlmann

”Hombres de Maíz” La charla de Herman al grupo de voluntarios me trajeron de vuelta al momento. En la mesa se encontraban sentados un puñado de voluntarios de los Estados Unidos y varios miembros de la comunidad. A modo de banquete, la comida abundaba a montones y atravesaba todo lo largo de la mesa. Papas, todo tipo de legumbres, maíz, y maíz descorticado era lo que cubría la mesa. Tan variado como la comida, la gente reflejaba todas las caminatas de la vida. Pero aquí, en las montañas al norte de Ecuador, comíamos todos juntos disfrutando de los elementos primordiales para la vida – papas y la comunidad.
Recuerdo las mañanas antes de salir para Ecuador. Sobre todo las mañanas más tempranas cuando despertaba por el más sutil malestar. Acostado y despierto, miraba fijamente el techo y posteriormente exploraba mi habitación en casa de mi familia en los suburbios de Chicago. Mi equipaje sobre el piso inevitablemente interrumpía mi contemplación. Desempacado a medias desde mi semestre de estudios pasado en España. En aquel momento, desearía cubrir mi cabeza con las sabanas y esperar a que el olor a panqueque del piso de abajo despierte mi sueño. Sin embargo las palabras de mi mentor encontrarían la forma de librarme de las comodidades antes de que la mantequilla se unte en los sartenes en el piso de abajo.
Siempre relaciono el dicho que dice “los barcos están a salvo en el puerto, pero eso no es para lo que están hechos” con la cara de Shooter con una gran sonrisa, y con su mirada burlándose de los bruscos oleajes y con el miedo combinado de los miembros de la tripulación que dirigían nuestro barco entre el brusco oleaje. Shooter tenía una manera peculiar de caminar sobre la delgada línea entre el peligro y lo seguro, lo que hizo descubrir al aventurero que llevo dentro de mí. O tal vez fue su frase “Vive en carne propia”.
El quería que la frase Vive en carne propia, la entendiéramos como una frase verdadera que significaba tomar el camino más difícil del oleaje ya que, según Shooter, es solo así como uno puede vivir la experiencia al máximo.
En Otavalo, fue muy fácil darme cuenta muy pronto que las cosas eran diferentes, la vida era diferente. Las fachadas de las tiendas eran ensambladas estando aun dormidos. De hecho, un cerdo relleno a las brasas era la señal de que un negocio estaba abierto al público. Lo que se necesitaba estaba allí, sin ningún tipo de adornos.
Viniendo de Chicago, me tomó algún tiempo pensar en Otavalo como una ciudad grande. Estancias de un día en las comunidades circundantes de Otavalo, se convirtieron en estancias de varias semanas e incluso meses residiendo en dichas comunidades. Durante ese tiempo, mis perspectivas sobre las costumbres que yo ya había aceptado como las normas, comenzaron a cambiar.
Las dos elementos primordiales a los que me referí — las papas y la comunidad — Se distinguieron más claramente en una de las comunidades aledañas de Otavalo. El desayuno era sopa de papas. Los bocadillos o la cena eran muy probablemente sopa de papa también. El ritmo de la casa giraba al alrededor de lavar la ropa y mantener los jardines y el ganado. Pero cada noche, las ollas para preparar los guisados o simplemente para hervir el agua se quitaban de la tulpa, la chimenea, y ésta se convertía en el punto central de la casa.

Era tranquilo, relajado y muy personal. En una mezcla divertida del Español y Kichwa, la familia y yo hablábamos de pequeños detalles o de vez en cuando de nuestros sueños en un futuro. Los momentos más divertidos eran parodiar los errores del día. Nunca sucedió nada que no se podría justificar con una carcajada y un reconocimiento de que lo qué sucedió, sucedido por algo mejor.
Inevitablemente, habría que ir de vuelta a Otavalo. Repentinamente la gente tenía horarios que no les permitían pasar tiempo juntos. La chimenea fue substituida por silencio, y por mirar fijamente la televisión al final del día. No pude sentirme con la libertad de acercarme a la vivienda de un vecino y pedir un café y su compañía sin sentirme avergonzado.

Por supuesto, todas las veces que viajé entre las comunidades, fue como líder del grupo. Yo era el residente. Otros voluntarios que participaron, llegaban y partían en viajes iniatura pero igual de profundos, mientras que mi equipo y yo nos encargábamos de organizar el viaje y manteniendo las cosas en movimiento.
Parte de mi tiempo estuvo enfocado en establecer relaciones con los miembros del grupo, así como relaciones a más largo plazo con las comunidades, y todo el tiempo estar al pendiente de los miembros del equipo. Fue un tanto salvaje y fue como navegar un ambiente social no muy diferente al ambiente natural de los oleajes, aprendí con la supervisión de Shooter.
Pensando en mi regreso a casa, en lo que más pienso es en la palabra innovación. Pareciera que es necesario innovar todo de regreso a casa. Si no es algo que cambie al mundo, es un fracaso. Eso es lo que me intimida. El asegurar un alimento en una comunidad, borró por completo el instinto asesino que forjé dentro de mi durante mis años estudiando la Universidad. No. Ahora veo cómo la gente podría beneficiarse teniendo menos, con vidas más simples, viviendo lado a lado. Es un truco my gracioso lo que la “oportunidad” es capaz de hacer.
Par Matthew Spehlmann

Le discours de Herman sur “Les hommes de maïs” me ramena à la réalité. Là, un groupe de bénévoles venus des Etats-Unis ainsi qu’un groupe de la communauté étaient assis autour de la table. Dans une atmosphère de fête, les plats s’empilaient couvrant toute la longueur de la table. Des pommes de terre, toutes sortes d’haricots, du maïs, du hominy. Tout aussi varié que la nourriture présente, le groupe qui lui, représentait toutes les couches sociales de la société. Mais ici, dans ces hauts plateaux de l’Equateur, nous mangions tous, profitant des richesses que nous offrait la vie. Des pommes de terre, une communauté.
Je me souviens des matins avant mon départ pour l’Equateur. En particulier les réveils tôts occasionés par une certaine gêne. Je restais allongé, éveillé scrutant le plafond puis analysant ma chambre dans la maison de mes parents, dans la banlieue de Chicago. Mon regard butait sur mes valises posées au sol. Je les avais à peine défaites de mon dernier semestre d’études passé en Espagne. Je n’avais qu’une envie, tirer ma couverture sur ma tête et attendre que l’odeur des pancakes d’en bas vienne me sortir de ma léthargie. Mais je repensais aux mots d’un ancien mentor et ces derniers me libéraient de ce petit comfort avant même que le beurre ne touche la poêle dans la cuisine.
Les mots suivants auront toujours pour moi une signification profonde: “Un bateau dans un port est en sécurité, mais ce n’est pas pour cela qu’il a été construit. Je revois le visage crispé de Shooter, ses yeux riant devant les rapides tandis que l’équipage dirigeait avec peur le radeau à travers ces derniers. Shooter avait cette capacité à garder l’équilibre entre risque et sécurité ce qui faisait ressortir mon côté aventurier. Peut-être était-ce aussi cette expression qu’il utilisait toujours ‘mener la viande’.
Cette expression ‘mener la viande’ existait vraiment, du moins c’est ce qu’il voulait nous faire croire, et signifiait prendre la direction la plus difficile dans les rapides parce que seulement alors on pouvait en tirer de l’experience.
Très vite à Otavalo, j’ai remarqué que les choses étaient différentes, la vie était différente. Les vitrines des magasins étaient décorées de manière très somnolente. Un cochon farci et grillé indiquait aux clients si le magasin était ouvert. Tout ce dont vous aviez besoin était là, pas de faux-semblants.
Etant de Chicago, j’ai mis un certain temps à considérer Otavalo comme une grande ville. Les visites journalières aux alentours, dans d’autres communatés se sont vite transformées en longs séjours de quelques semaines voir de quelques mois. Peu à peu, mon point de vue sur les coutûmes que je considérais comme les normes, commença à changer.
Les deux éléments de base évoqués précédemment, pommes de terre et communauté sont clairement présents dans une des communautés d’Otavalo. Au petit-déjeuner, soupe de pommes de terre, au goûter ou au diner, soupe de pommes de terre aussi. La vie du foyer était rythmée autour du lavage des vétements, de l’entretien du jardin et du bétail. Mais tous les soirs, on retirait de la tulpa, de la cheminée des pots a stew où des pots dans lesquels on faisait chauffer de l’eau.

L’atmosphère était paisible, détendue et agréable. Avec la famille, dans un drôle de mélange d’espagnol et de Kichwa, nous parlions de choses simples et quelques fois nous parlions de nos reves pour le futur. Les moments les plus amusants étaient lorsqu’ils mes pardonnaient les erreurs que j’avais commises durant la journée. Rien ne se passait sans un fou rire et la certidude que tout ceci n’était que pour le meilleur.
Bien sûr le retour à Otavalo était inévitable. Soudainement, tout le monde avait un emploi du temps et plus personne ne pouvait se voir. Le foyer avait était remplacé par le silence, comme hébété à regarder la télévision à la fin de la journée. Je ne me sentais ni libre ni sans honte d’aller chez le voisin pour demander un café ou de la compagnie.

Tout ces allers et retours dans ces communautés se sont produits dans un contexte où j’étais le leader du groupe. J’étais le résident. Les autres bénévoles arrivaient et partaient, des voyages assez courts pour eux mais tout aussi profonds. Mais mon équipe et moi, nous devions tirer les ficelles afin que tout soit toujours en mouvement.
J’ai passé une partie de mon temps à établir des relations avec des nouveaux membres ou des communautés tout en restant en contact avec mon groupe. C’était assez fou, un peu comme naviguer à travers un environnement social proche de l’environement naturel des rapides.
Lorsque je pense à mon retour chez moi, je pense surtout au mot innovation. Tout a besoin d’être innovant en permanence. Si ça n’apporte aucun changement au monde alors c’est un échec. Et c’est précisemment ce qui m’effraie. Le ton et la garantie d’un repas au sein d’une communauté ont effacé ce côté travailleur acharné qui s’était installé en moi au cours de mes années universitaires. Je réalise à présent que les personnes peuvent profiter tout en ayant moins, en menant des vies simples, les uns auprès des autres. C’est un tour assez drôle que nous joue l’opportunité.
Traduit de l’anglais par Charlotte Galland
Matthew: Enjoyed reading your article and made me think about my time in Ottavalo as a volunteer and the wonderful counsellors I had.
Yes, there is something different about a vacation when there is sharing, helping, caring and learning involved. I have being to many countries but my volunteer vacation to Ottavalo gave me the most fulfillment and yes I agree with you we can all learn to live on less.
Keep up the good work
Shyamala Sharma