Looking back on my unforgettable volunteer trip with Tandana – two years later

In 2019, Emily Piwowarski participated in a volunteer trip to Ecuador organized by The Tandana Foundation with her high school classmates from Arendell Parrott Academy. Now a sophomore studying chemistry and marine science at North Carolina State University, she took time to reflect on her memorable experience with Tandana in Ecuador.

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Warm, sweet air filled my lungs as soon as I stepped off the plane with my group of high school volunteers. As I breathed in the air, I and noted how it felt in my chest at altitude. I was filled with adventure, novelty, excitement, and somehow already nostalgia. This was but my first taste of Ecuador, and I was enthralled. My introduction to Tandana came the next day, when we were oriented in the culture surrounding us:

The spirit of minga (where people work together for the same goal), national symbols like the condor, words and phrases such as the quintessential aly chishi  (good afternoon) and pai (thank you), the celebration of Inty Raymi, the heart of the mountain, Imbabura, and the emphasis on the utmost importance of gratitude and community to the people we would come to meet.

My time with Tandana was an intensely humanizing experience. We were to volunteer at the local school, a symbol of the longevity of tradition in Otavalo. I worried that the kids wouldn’t take to me, that it would be difficult for me to communicate, and that I would feel the cultural chasm. But these anxieties melted away instantly, as we all discovered how universal the language of unity, body language, joy, and humor were. Playing soccer and dancing with the school children, everyone eating together and resting weary feet, decorating (and frankly, improving) the clothes I wore with paint smears and spray while painting the sides of school buildings, and getting to be a fly on the wall for daily life in a world so different but so similar- this was minga.

The names of people we ate and visited with are imbued with memory and emotion now. Claudia introduced us to her beautiful family, gave us a tour of her garden complete with descriptions of how each plant was used and identified (some familiar, some new to us, all fragrant and reminiscent of the Secret Garden), and delivered a master class on preparing home-grown fruit and vegetable, greens, and rotisserie guinea pig. With full bellies we laughed and circle-danced to the rhythm of her family and friend’s band. I’m lucky to keep a CD from that night, protecting my memory.

Margarita invited us into her home, fed us, and showed us her clothing. The garments were painstakingly created and maintained, each one containing reference to nature and good fortune. I bought a necklace from the collection of jewelry she made and sold; it is crafted from red and blue beads and reminds me of the hands that made it.

Tandana allowed us to experience all facets of local life, including faith and ceremony. One evening we began the night by watching the sun set over Otavalo and undergoing a ceremony to give thanks to nature and our dreams. We each shoveled hot rocks into a pit, arranged the food for the night on them, and capped the pit with a wet cloth and straw mat. I cannot describe how elated our group’s collective inner child was when we learned the next step was to shovel dirt on the mat and jump and dance atop with our bare feet it to pack our meal into the Earth! While the dinner baked, we gathered for rituals of protection and healing. I cannot express my own gratitude at being welcomed into their family’s home and being let into sacred ceremony; it was nothing short of profound.

Once my class’s time Ecuador through the Tandana Foundation had concluded, I felt that I had lived years within two weeks. I stored the internal revelations about the nature of being a human being on Earth and precious memories of once-in-a-lifetime moments within my heart. And I take the lessons of them with me through life every day. For this I am nothing but grateful for the community of people I met.

I’d like to include an excerpt from a travel journal I kept:

“I want to remember camaraderie and pure happiness. I want to work until I’m dead tired and eat until I burst. I want to catch moments with the children and with my classmates in my net, remembering the smiles and aches and awe and damp and overwhelming emotion. I’m inspired by a depth of experience that reminds me to be human and live richly.”

By Emily Piwowarski

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Recordando un viaje de voluntarismo inolvidable con la Tandana, a los dos años

En el año 2019, Emily Piwowarski, junto con sus colegas de la Arendell Parrott Academy, se sumó a un viaje de voluntarismo al Ecuador organizado por la Fundación Tandana. Ya está en el cuarto ciclo en la North Carolina State University, dónde estudia la química y las ciencias del mar. Describe a continuación la experiencia inolvidable que vivió en Ecuador en colaboración con la Tandana.

Al desembarcarnos del avión con los demás voluntarios de mi colegio, los pulmones se me llenaron de un aire cálido y dulce. Mientras respiraba, noté la sensación del aire y de la altitud. Sentí un aire de aventura, novedad e ilusión. Pero también ya sentí algo de nostalgia. Al poco de que conociera el Ecuador, me quedé fascinada. Conocí la Fundación Tandana el día siguiente, cuando ya nos habíamos empezado a conocer la cultura que nos rodeaba: el espíritu de la minga (la colaboración para hacer un trabajo en común); los símbolos nacionales, como el cóndor; palabras y frases esenciales, tales como la aly chishi [buenas tardes] y pai [gracias]; la celebración de Inty Raymi; el centro del volcán Imbabura; y la importancia del aprecio y de la comunidad a los que íbamos a conocer.

            Lo que viví con la Tandana fue una experiencia sumamente humanista. Íbamos a hacer labores de voluntarismo en la escuela local, que representaba la longevidad de la tradición en Otavalo. Temía que no les gustara a los alumnos, que me costara comunicarme y que se sintieran mucho las diferencias culturales. Pero las preocupaciones se me fueron al toque, al descubrir lo muy universales que son el lenguaje corporal, la unidad, la alegría y el humor. El jugar al fútbol y el bailar con los alumnos, el almorzar juntos, el relajarse juntos, la decoración (mejor dicho, la mejora) de la ropa que llevaba con manchas de pintura al pintar las paredes de la escuela y la oportunidad para observar la vida cotidiana de un mundo tan ajeno, pero a la vez tan conocido – eso sí fue la minga.

            Los nombres de los que conocimos y con quienes cenamos ya conllevan ciertas memorias y emociones. Claudia nos presentó a su familia hermosa y nos enseñó su jardín, detallando el uso y la identificación de cada planta (unas ya conocíamos, otras desconocíamos, todas aromáticas y nos hicieron pensar en la historia del Jardín Secreto). Nos hizo una clase magistral sobre la preparación de cuy asado y de frutas y vegetales del jardín. Con la barriga llena, nos reímos y bailamos al ritmo de los instrumentos musicales que nos tocaban su familia y sus amigos. Estoy muy afortunada de tener guardado un DC de la música que tocaron aquella noche, y así guardo la memoria.

            Margarita nos invitó a la casa, nos dio de comer y nos ensenó su ropa. Las prendas se habían hecho y se habían mantenido con mucho cuidado. Cada una hacía referencia a la naturaleza y a la buena fortuna. Me compré un collar de la colección de joyas que ella misma manufactura y vende. El collar lleva cuentas rojas y azules y me hace pensar en las manos que lo fabricó.

            La experiencia con Tandana nos permitió conocer hasta el fondo la vida local, inclusas la fe y la ceremonia. Una tarde, vimos la puesta del sol en Otavalo y celebramos una ceremonia para dar las gracias a la naturaleza y a nuestros sueños. Echamos piedras calientes a un hoyo, pusimos lo que íbamos a cenar encima de ellas y cerramos el hoyo con un trapo mojado y un tapete de paja. No puedo describir la ilusión del grupo cuando supimos que a continuación íbamos a echarle tierra al tapete y saltar y bailar descalzados encima para meter la cena bien a la Tierra. Nos sentimos niños. Mientras que se cocinaba la cena, celebramos unas ceremonias de protección y de cura. No puedo expresar bien la gratitud que siento al ser invitada a visitar aquella casa familiar y a participar en una ceremonia tan sagrada. Resultó una experiencia muy profunda.

            Al fin del viaje, las dos semanas que llevamos en Ecuador con la Fundación Tandana se sintieron años vividos. Guardé en el alma las revelaciones que tuve respecto a la esencia de ser un ser humano aquí en la Tierra, además de las memorias atesoradas de los momentos únicos que vivimos. Y llevo conmigo cada día las lecciones que saqué de ellas. Por todo eso, valoro mucho la comunidad y la gente que conocí.

            Quisiera compartir un fragmento de un diario que hice durante el viaje:

“Quiero recordar la camaradería y la alegría pura. Quiero trabajar hasta cansarme y comer hasta engordarme. Quiero guardar los momentos que viví con los niños y con mis compañeros, acordándome de todas las sonrisas y los dolores y el asombro y la humedad y las emociones abrumadoras. Me anima una experiencia profunda que me hace recordar que sea humana y viva intensamente.”

Por Emily Piwowarski

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Souvenir de mon inoubliable voyage de bénévolat avec Tandana, deux ans plus tard

En 2019, Emily Piwowarski a participé dans un voyage de bénévolat en Équateur organisé par la Fondation Tandana avec ses camarades de classe du lycée de l’Académie Arendell Parrott. Maintenant en deuxième année de chimie et de sciences marines à l’Université d’État de Caroline du Nord, elle a pris le temps de réfléchir à son expérience mémorable avec Tandana en Équateur.

L’air chaud et doux a rempli mes poumons dès que je suis descendu de l’avion avec mon groupe de bénévoles du lycée. En respirant l’air, j’ai noté ce que je ressentais dans ma poitrine en altitude. J’étais rempli d’aventure, de nouveauté, d’excitation et, d’une certaine manière, déjà de nostalgie. Ce n’était que mon premier goût de l’Équateur, et j’étais fasciné. Mon introduction à Tandana a eu lieu le lendemain, lorsque nous avons été orientés dans la culture qui nous entoure :

L’esprit de la minga (où les gens travaillent ensemble pour le même objectif), les symboles nationaux comme le condor, les mots et expressions comme la quintessence aly chishi (bonjour) et pai (merci), la célébration de l’Inty Raymi, le cœur de la montagne, Imbabura, et l’accent mis sur la plus grande importance de la gratitude et de la communauté pour les gens que nous viendrions rencontrer.

Le temps que j’ai passé avec Tandana a été une expérience intensément humanisante. Nous devions faire du bénévolat à l’école locale, symbole de la longévité de la tradition à Otavalo. J’avais peur que les enfants ne m’acceptaient pas, qu’il me soit difficile de se communiquer et que je ressentais le gouffre culturel.  Mais ces angoisses se sont instantanément dissipées, car nous avons tous découvert à quel point le langage de l’unité, le langage corporel, la joie et l’humour étaient universels. Jouer au football et danser avec les écoliers, manger tous ensemble et se reposer les pieds fatigués, décorer (et franchement, améliorer) les vêtements que je portais avec des taches de peinture et du spray tout en peignant les côtés des bâtiments scolaires, et devenir une mouche sur le mur pour la vie quotidienne dans un monde si différent mais si semblable – c’était minga.

Les noms des personnes avec lesquelles nous avons mangé et visité sont maintenant imprégnés de mémoire et d’émotion. Claudia nous a présenté sa belle famille, nous a fait visiter son jardin avec des descriptions de l’utilisation et de l’identification de chaque plante (certaines familières, d’autres nouvelles, toutes parfumées et rappelant le Jardin secret), et a donné un cours de maître sur la préparation des fruits et légumes, des légumes verts et du cobaye de rôtisserie.

Avec le ventre plein, nous avons ri et dansé en circle au rythme de la fanfare de sa famille et de ses amis. J’ai la chance de pouvoir conserver un CD de cette nuit-là, ce qui protège ma mémoire.

Margarita nous a invités à sa maison, nous a nourris et nous a montré ses vêtements. Les vêtements ont été créés et entretenus avec soin, chacun d’eux faisant référence à la nature et à la chance. J’ai acheté un collier de la collection de bijoux qu’elle a fabriqué et vendu ; il est fait de perles rouges et bleues et me rappelle aux mains qui l’ont fabriqué.

Tandana nous a permis de découvrir toutes les facettes de la vie locale, y compris la foi et les cérémonies. Un soir, nous avons commencé la nuit en regardant le coucher du soleil sur Otavalo et en participant à une cérémonie pour rendre grâce à la nature et à nos rêves.

Nous avons chacun pelleté des pierres chaudes dans une fosse, y avons disposé de la nourriture pour la nuit et avons recouvert la fosse d’un tissu humide  avec une natte de paille. Je ne peux pas décrire à quel point l’enfant intérieur de notre groupe était ravi lorsque nous avons appris que l’étape suivante consistait à pelleter de la terre sur le tapis et à sauter et danser dessus avec nos pieds nus afin d’emballer notre repas dans la terre ! Pendant que le dîner cuisait, nous nous sommes réunis pour des rituels de protection et de guérison. Je ne peux pas exprimer ma propre gratitude d’avoir été accueilli dans la maison de leur famille et d’avoir pu participer à une cérémonie sacrée ; c’était rien moins que profond.

Après la fin de mon séjour de classe en Équateur grâce à la Fondation Tandana, j’ai eu l’impression d’avoir vécu des années en deux semaines. J’ai stocké dans mon cœur les révélations internes sur la nature de l’être humain sur Terre et de précieux souvenirs de moments uniques. Et j’emporte avec moi les leçons de ces moments dans ma vie tous les jours. Pour cela, je ne suis rien d’autre que reconnaissant envers la communauté des personnes que j’ai rencontrées.

J’aimerais inclure un extrait d’un journal de voyage que j’ai tenu : “Je veux me souvenir de la camaraderie et du pur bonheur.

Je veux travailler jusqu’à ce que je sois mort de fatigue et manger jusqu’à ce que j’explose.

Je veux passer des moments avec les enfants et avec mes pairs dans mon filet, me souvenir des sourires et des douleurs, de l’émerveillement et de l’humidité et de l’excitation irrésistible. Je suis inspiré par une expérience profonde qui me rappelle d’être humain et de vivre richement”

Par Emily Piwowarski

One thought on “Looking back on my unforgettable volunteer trip with Tandana – two years later”

  1. please give Emily our profound thanks for her beautifully written memoir! i hope she comes to Ecuador with Tandana again, and that more people get to find similar meaning in experiences like she had.

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