Kindness and generosity in Ecuador

The following post was written by Chloe Willeford, a high school student who recently returned from a volunteer trip with the Tandana Foundation in Ecuador. 

One month ago, my group of eight other students, three leaders, and I touched down in Quito, Ecuador, to begin a three-week service trip helping Agualongo de Quichinche, a community outside of Otavalo. Little did I know that the trip would teach me and help me grow just as much, if not more, as it helped Agualongo.


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The first thing that struck me about Ecuador was its natural beauty. Its lush, verdant hills were so different than the jutting, snowy mountains I was used to seeing. The sunrises and sunsets in Agualongo cast pastel light over the cows, dusty roads, and cancha (soccer field). And, because of the lack of light pollution, the stars shined so much more brightly than they do at home.

Another thing that I loved about Ecuador was the food. Yes, I ate too many potatoes. Yes, I really wanted some green vegetables. But the food was hearty and delicious. And shopping in Otavalo’s food market was an experience I will never forget. The sheer variety of fruits and vegetables, many of which were grown in the Amazonian, tropical region of Ecuador, was astounding. Ecuadorians consume fruit from blackberries to pineapple, kiwis, grapes, and many more, which surprised me as I assumed that the mountainous climate of the Otavalan region of Ecuador would mean that I would be eating apples at best. The Ecuadorian bananas also are amazing. My favorite kind of banana is not soft and is slightly tart rather than sickly sweet, which is very difficult to find in the United States. But that is what every banana is like in Ecuador. And I loved the herbal teas that are popular there. A hot drink in the morning certainly helped me to ease more smoothly into my day.

But what impacted me most in Ecuador was the sheer generosity of the people. Families in Agualongo were so eager and excited to welcome students, whom they’d never met before, into their families and homes. My host mother fed me delicious food every morning and night. My host father always took time to ask me about my day and to discuss what I was learning. And my host siblings spent a lot of time keeping me entertained. Even people who weren’t in my host family treated me so, so kindly. In Agualongo, you can find people playing soccer on the cancha almost every afternoon. The people there, especially those who were about our age, always welcomed us gringos and made sure to pass the ball to us, even though we were mostly terrible at soccer. Others invited us into their homes to hang out and just to chat. One amazing woman in the community even invited me into her house to make a cake, and she provided all the equipment and ingredients. These people did not know who we were. They’d never met us before. All we were doing for them was helping them build a fence. And yet they took so much time out of their days and put in so much effort to make us feel comfortable and happy in a community we all knew we would only spend two and a half weeks in.

And that is what I will try to take away with me from this experience. Kindness and generosity never are wasted. Even if you don’t know someone, they will appreciate the kind things you might do for them. I am so grateful to the community of Agualongo, especially my host family and friends there, and to the Tandana organization for allowing me to have this experience. I will never forget the lessons I have learned.

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Bondad y generosidad en Ecuador

La siguiente publicación fue escrita por Chloe Willeford, una estudiante de colegio quien recientemente regresó de un viaje voluntario con la Fundación Tandana en Ecuador.

Hace un mes, junto con un equipo formado con otros ocho estudiantes y tres lideres aterrizamos en Quito, Ecuador, para comenzar con nuestro servicio de ayuda social durante 3 semanas a la comunidad de Agualongo de Quichinche, en las afueras de Otavalo. Hasta este punto del viaje, no sabía que esta aventura me enseñaría y ayudaría a crecer de igual manera o incluso más, de lo que yo ayude a Agualongo.

Lo primero que me impactó de Ecuador fue su belleza natural. Sus exuberantes montañas verdes eran completamente diferentes a las montañas toscas y nevadas que estaba acostumbrado a ver. Los amaneceres y las puestas de sol en Agualongo presentaban luces color pastel sobre las vacas, caminos polvorientos y las canchas de fútbol. Además, al no existir un exceso de luces eléctricas como en las grandes ciudades, las estrellas brillaban muchísimo más de lo que acostumbraba a ver en casa.

Otra cosa que me enamoró de Ecuador fue su comida. Es verdad, comí muchas papas. También es verdad, que tenía muchas ganas de comer vegetales verdes, sin embargo las comidas eran llenas de amor y sabor. Comprar en el mercado de comida de Otavalo fue una experiencia que nunca olvidaré. La gran variedad de frutas y vegetales, muchos de los cuales eran cultivados en el Amazonía  (Región tropical de Ecuador) era simplemente impresionante. Me sorprendió que los ecuatorianos consumen una gran variedad de frutas como las moras, piñas, kiwis y uvas entre otras, ya que al estar en medio de una región de clima montañoso esperaba encontrar con suerte manzanas. Los plátanos ecuatorianas también son increíbles. Las que más me gustan, son no tan blandas, además de ser un poco agrias en vez de extremadamente dulce, lo cual es difícil encontrar en Estados Unidos. Además, me enamoré de los aguitas de hierbas tan populares, que me ayudaban por las mañanas a comenzar mis días de una manera más amena.

Pero sin dudas, lo que más me impactó de Ecuador fue la tremenda generosidad de su gente. Las familias en Agualongo estaban muy ansiosas y alegres de recibir a estudiantes que jamás habían visto en su vida, y compartir con ellos sus casas y familias. Mi madre anfitriona me alimento con comida deliciosa cada mañana y cada noche, mi padre anfitrión siempre se tomaba tiempo para preguntarme sobre mi día y lo que había aprendido, mientras que mis hermanos anfitriones ocupaban gran parte de su tiempo en mantenerme entretenido. Incluso la gente que no pertenecía a mi familia anfitriona me trataba muy bien. En Agualongo, puedes encontrar gente jugando fútbol en su cancha casi todas las tardes. La gente ahí, especialmente la que era de nuestra edad, siempre nos recibían bien e intentaban pasarnos el balón, a pesar de que sabían que nosotros, “los gringos,” éramos muy malos para el fútbol. Otras personas nos invitaban a su casa solo para pasar la tarde y hablar. Incluso, una mujer increíble de la comunidad me invitó a su casa a hacer un pastel, y ella puso todos los ingredientes. Esta gente no sabíamos cómo éramos, nunca nos habían conocido antes. Todo lo que habíamos hecho por ellos era ayudarlos a construir un cerramiento, pero aún así dedicaron mucho tiempo de sus días para hacernos sentir cómodos y felices pese a que sólo estaríamos dos semanas y media.

Y eso es lo que trataré de llevar conmigo de esta experiencia. Bondad y generosidad nunca sobran. Incluso si tú no conoces a alguien, ellos apreciarán las cosas buenas que puedas hacer por ellos. Estoy muy agradecido de la comunidad de Agualongo, especialmente de mi familia anfitriona y amigos, y de la Organización Tandana por permitirme tener esta experiencia. Nunca olvidaré todas las cosas que aquí aprendí.

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Gentillesse et générosité en Équateur

Le message suivant a été écrit par Chloe Willeford, un lycéen qui est récemment revenue d’un voyage de bénévolat avec la Fondation Tandana en Équateur.

Il y a un mois, mon groupe comprenant huit autres étudiants, trois responsables et moi-même atterrîmes à Quito en Équateur pour commencer un voyage de service de trois semaines pour aider la communauté d’Agualongo de Quichinche, située en dehors de l’Otavalo. Je ne savais pas alors que ce voyage m’apprendrait et m’aiderait à me développer, autant, sinon plus, que cela a aidé Agualongo.

La première chose qui m’a frappé en Équateur a été sa splendeur naturelle. Ses collines verdoyantes et luxuriantes étaient si différentes des montagnes enneigées et escarpées que j’ai l’habitude de voir. L’aube et le crépuscule à Agualongo diffusent une lumière pâle sur les vaches, les routes poussiéreuses et le cancha (terrain de foot). En plus, avec l’absence de pollution de l’air, les étoiles étaient beaucoup plus brillantes que celles de la maison.

Un autre point que j’ai apprécié en Équateur a été la nourriture. Il est vrai que j’ai beaucoup trop mangé de pommes de terre. J’aurai aussi aimé avoir quelques légumes verts. Mais la nourriture était vraiment copieuse et délicieuse. En outre, faire du shopping dans le marché alimentaire d’Otavalo a été une expérience inoubliable. La grande variété de fruits et légumes, dont la plupart ont été plantés en Amazonie, une région tropicale de l’Équateur, était incroyable. Les Équatoriens mangent des fruits variés, des mûres à l’ananas, du kiwi, des raisins et beaucoup d’autres encore, ce qui m’a surpris, comme je présumai que je ne mangerai que des pommes dans le meilleur des cas, vu le climat montagneux de la région Otavalienne de l’Équateur. Les bananes équatoriennes sont également succulentes. Je préfère les bananes non molles et légèrement âpres à celles qui sont trop sucrées, et elles sont très difficiles à trouver aux États-Unis. Mais, toutes les bananes de l’Équateur sont comme je les aime. J’ai aussi apprécié les infusions qui sont populaires dans la région. Une boisson chaude tous les matins m’a certainement permis d’affronter la journée plus facilement.

Mais, ce qui m’a le plus touché en Équateur a été l’immense générosité des habitants. Les familles d’Agualongo étaient tellement ravies et excitées d’accueillir des étudiants étrangers dans leurs familles et leurs maisons. Ma mère d’accueil me préparait des plats délicieux tous les matins et soirs. Mon père d’accueil veillait toujours à me demander comment a été ma journée et à discuter de mes découvertes. Quant à mes frères et sœurs d’accueil, ils se dévouaient à me divertir. Même les gens en dehors de ma famille d’accueil me traitaient avec une extrême gentillesse. À Agualongo, les gens jouent au foot sur le cancha presque tous les après-midi. Les habitants de la région, spécialement ceux de notre âge, nous invitaient, nous les gringos, à jouer avec eux et veillaient à nous passer la balle, même si nous étions pour la plupart, très mauvais au foot. D’autres nous invitaient chez eux pour y passer du bon temps ou juste pour bavarder. Une des femmes exceptionnelles de la communauté m’a même invité chez elle pour préparer un gâteau, et elle a fourni tous les ingrédients et l’équipement. Ces gens ne nous connaissaient pas. Ils ne nous ont jamais vus avant. Nous ne faisions que les aider à construire une clôture. Et pourtant, ils ont investi beaucoup de leur temps et d’efforts pour nous mettre à l’aise et nous rendre heureux au sein d’une communauté avec laquelle nous savions que nous ne resterions que deux semaines et demie.

C’est de cela que je voudrais me remémorer de cette expérience. La gentillesse ou la générosité n’est jamais perdue. Même un étranger peut apprécier la sollicitude que vous lui démontrez. Je suis vraiment reconnaissante envers la communauté d’Agualongo, spécialement ma famille d’accueil et mes amis locaux, ainsi qu’envers l’organisation Tandana pour m’avoir permise d’avoir cette expérience. Je n’oublierai jamais les leçons que j’y ai apprises.

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