The value of others’ different experiences, appreciating life outside our own city bubble

I had the opportunity to experience a trip facilitated by The Tandana Foundation to the community of Gualapuro, Ecuador, for my first spring break of college as part of the Northeastern University Alliance for Civically Engaged Students (ACES). I was stoked to experience a new culture and meet new people, but in preparing for traveling something continued to bother me.
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Although I was well-aware of the intent for our trip, I questioned the impact our group would have in the community. Service has always been my passion, meaning that I have spent much time searching for the most effective ways to help others and where to donate. Even so, I have a fear of contributing to “toxic charity”, a term coined by Robert D. Lupton to describe bettering a community rather than developing a community. However, something critical that has been missed by most organizations I have supported, and the concept of toxic charity, is the true impact of relationships.

From the first day the ACES group entered Gualapuro, we were welcomed into the community and eager to embrace their way of life. Something that I admired about our group was our unique perspective which helped to facilitate meaningful intercultural and intergenerational relationships. Oftentimes, people refer to the manner in which indigenous people live as simple or even primitive. This was not the way ACES worked. We saw their way of life for what it was: another way of living in which different activities and responsibilities held more value than we had at first considered in our own lives.

Tandana provided a means through which we could truly learn about Gualapuro’s lifestyle and be a part of supporting their initiatives from a perspective of not pity or sympathy, but empathy. In working side by side with the community members to complete a project that held meaning to them, we were able to share a common purpose. Our group came to Ecuador with the intent of fixing up the community center. However, the impact that we would have on the community and the impact the community would have on us would be so much more than a coat of paint that would stay on walls of the community center and our clothes.

In particular, I had the privilege of getting to know the family whose house our group was staying in, primarily the heads of household who did not live in the house, Don Luis and Doña Celestina. One of the days while we were working at the community center, I was on lunch duty with two other group members in Doña Celestina’s kitchen. Although both Doña Celestina and I are not fluent in Spanish, we were able to communicate just enough to compare what it was like to live in Boston vs. Gualapuro and each other’s families. I learned about her daily duties taking care of the cattle, her children who live both in Ecuador and the United States, and even her grandchildren. It was a small experience but it was a moment we were able to share as we grated carrots for what seemed like an eternity.

Later in the afternoon, I saw Don Luis moving his goat corral and could not fight the urge to help. It was well-known that ACES would do anything for those goats. At the time, I did not know that Don Luis was married to Doña Celestina, but as he began to talk about his children, it was quite apparent. I was thrilled to hear more about his family’s story. We discussed the importance of education and community and he asked me questions about what I study and my family. It was awesome to see that we had a similar interest in learning about each other’s lives. The next day, when bread making with the entire community, I would have the privilege of playing with his grandchildren and meeting his daughter who thanked me for watching the kids. Before I left, I received many hugs from Doña Celestina and a phone call from Don Luis who was out in the pastures with the goats. I was welcomed back and thanked for the work I had done in the community, but all I could say was thanks in return.

Something that I believe all of my group members were able to take away from this experience was valuing the different experiences others carry with them and the importance of appreciating life outside of our own bubbles in the city. One of our group members commented that in the future whenever they experience stress from school, all they would have to remember is that Don Luis was probably taking care of the goats and that as the community of Gualapuro continued to fulfill their responsibilities, we would be able to continue fulfilling our duties back home in Boston. The community of Gualapuro has faced many hardships in their fight for equity in the eyes of the government and access to basic necessities, such as clean water.

Our visit meant more than just a community center painting project; it was able to actually bring together the community for a moment of joy in the midst of the chaos and served as a reminder for us all that life was meant to be enjoyed.

By: Hannah Nivar

Español

El valor de las diferentes experiencias de los demás, apreciando la vida fuera de nuestra propia burbuja de la ciudad

Tuve la oportunidad de experimentar un viaje, facilitado por Tandana, a la comunidad de Gualapuro, Ecuador, para mis primeras vacaciones de primavera en la universidad como parte de la Alianza de la Universidad Northeastern de Estudiantes Cívicamente Comprometidos (ACES). Me entusiasmó experimentar una nueva cultura y conocer gente nueva, pero al prepararme para viajar, algo me seguía molestando.

Aunque tenía claro el propósito de nuestro viaje, puse en duda el impacto que nuestro grupo tendría en la comunidad. El servicio siempre ha sido mi pasión, queriendo decir que he pasado mucho tiempo buscando las formas más efectivas de ayudar a otros y dónde donar. Aun así, tengo miedo de contribuir a la “caridad tóxica”, un término acuñado por Robert D. Lupton para describir la mejora de una comunidad a costa de su desarrollo. Sin embargo, algo crítico que la mayoría de las organizaciones que he apoyado han pasado por alto y el concepto de caridad tóxica no toma en cuenta es el verdadero impacto de las relaciones.

Desde el primer día que el grupo ACES ingresó a Gualapuro, fuimos recibidos en la comunidad y estábamos ansiosos por adoptar su forma de vida. Algo que admiré de nuestro grupo fue nuestra perspectiva única, lo que ayudó a facilitar relaciones interculturales e intergeneracionales significativas. A menudo, las personas se refieren a la manera en que los indígenas viven como simple o incluso primitiva. Esta no era la forma en que funcionaba ACES. Vimos su forma de vida tal como era: otra forma de vida, en la que diferentes actividades y responsabilidades tenían más valor del que habíamos considerado al principio en nuestras propias vidas.

Tandana proporcionó un medio para que realmente pudiéramos aprender sobre el estilo de vida de Gualapuro y ser parte del apoyo a sus iniciativas, desde una perspectiva no de lástima o simpatía, sino de empatía. Al trabajar codo a codo con los miembros de la comunidad para completar un proyecto que tenía un significado para ellos, pudimos compartir un propósito común. Nuestro grupo llegó a Ecuador con la intención de arreglar el centro comunitario. Sin embargo, el impacto que tendríamos en la comunidad, y el impacto que la comunidad tendría en nosotros, sería mucho más que una capa de pintura en las paredes del centro comunitario y nuestra ropa.

En particular, tuve el privilegio de conocer a la familia en cuya casa se hospedaba nuestro grupo, principalmente a los jefes de familia que no vivían en la casa, Don Luis y Doña Celestina. Un día, trabajando en el centro comunitario, estaba yo de servicio para el almuerzo, con otros dos miembros del grupo, en la cocina de Doña Celestina. Aunque ni Doña Celestina ni yo hablamos español con fluidez, pudimos comunicarnos lo suficiente para comparar lo que era vivir en Boston contra Gualapuro y las familias de cada uno. Aprendí sobre sus tareas diarias, cuidando el ganado, a sus hijos que viven tanto en Ecuador como en Estados Unidos, e incluso a sus nietos. Fue una experiencia pequeña, pero fue un momento que pudimos compartir mientras rallamos zanahorias, durante lo que pareció una eternidad.

Después por la tarde, vi a Don Luis mudando su corral de cabras y no pude resistir el impulso de ayudar. Era bien sabido que ACES haría cualquier cosa por esas cabras. En ese momento, no sabía que Don Luis estaba casado con Doña Celestina, pero cuando comenzó a hablar sobre sus hijos, fue bastante evidente. Me emocionó escuchar más sobre la historia de su familia. Discutimos la importancia de la educación y la comunidad y él me hizo preguntas sobre mis estudios y mi familia. Fue increíble ver que teníamos un interés similar en aprender sobre la vida de los demás. Al día siguiente, al hacer pan con toda la comunidad, tendría el privilegio de jugar con sus nietos y conocer a su hija, quien me agradeció por cuidar a los niños. Antes de irme, recibí muchos abrazos de Doña Celestina y una llamada telefónica de Don Luis que estaba en los pastos con las cabras. Me dieron la bienvenida y me agradecieron el trabajo que había realizado en la comunidad, pero todo lo que pude decir fue gracias por mi parte.

Algo que creo que todos los miembros de mi grupo pudieron sacar de esta experiencia fue valorar las diferentes experiencias que otros llevan consigo y la importancia de apreciar la vida fuera de nuestras propias burbujas en la ciudad. Uno de los miembros de nuestro grupo comentó que, en el futuro, cada vez que experimentemos estrés en la escuela, todo lo que tenemos que recordar es que Don Luis probablemente estará cuidando las cabras y que, así como la comunidad de Gualapuro continuará cumpliendo con sus responsabilidades, debemos ser capaces de seguir cumpliendo nuestros deberes en casa en Boston. La comunidad de Gualapuro ha enfrentado muchas dificultades en su lucha por la equidad a los ojos del gobierno y por el acceso a las necesidades básicas, como agua limpia.

Nuestra visita significó más que un simple proyecto de pintura para el centro comunitario, fue capaz de reunir a la comunidad por un momento de alegría en medio del caos y sirvió como un recordatorio para todos nosotros de que la vida debía ser disfrutada.

Por Hannah Nivar

Français

La valeur des expériences différentes des autres, apprécier la vie en dehors de notre propre bulle urbaine

J’ai eu l’occasion de faire l’expérience d’un voyage, facilité par Tandana, dans la communauté de Gualapuro, en Équateur, pour ma première semaine de relâche au collège, dans le cadre de l’Alliance de l’Université Northeastern pour les étudiants engagés civiquement (Northeastern University Alliance for Civically Engaged Students – ACES). J’ai été ravie de découvrir une nouvelle culture et de rencontrer de nouvelles personnes, mais en me préparant au voyage, quelque chose continuait à me déranger.

Bien que conscient de l’intention de notre voyage, j’ai remis en question l’impact que notre groupe aurait sur la communauté. Le service à autrui a toujours été ma passion : je veux dire par là que j’ai passé beaucoup de temps à chercher les moyens les plus efficaces d’aider les autres où de contribuer. Même ainsi, j’ai peur de contribuer à la « charité toxique », un terme inventé par Robert D. Lupton pour décrire l’amélioration d’une communauté plutôt que son développement. Cependant, quelque chose de critique qui a été manqué par la plupart des organisations que j’ai soutenues et oublié par le concept de la charité toxique est le véritable impact des relations.

Dès le premier jour où le groupe ACES est entré à Gualapuro, nous avons été accueillis dans la communauté et étions désireux d’embrasser leur mode de vie. Quelque chose que j’ai admiré de notre groupe était d’avoir un point de vue unique, ce qui a aidé à faciliter des relations interculturelles et intergénérationnelles significatives. Souvent, les gens se réfèrent à la manière dont les peuples autochtones vivent comme simple ou même primitive. Ce n’était pas ainsi qu’ACES fonctionnait. Nous avons vu leur mode de vie pour ce qu’il était : une autre façon de vivre, dans laquelle différentes activités et responsabilités avaient plus de valeur que ce que nous avions d’abord envisagé dans notre propre vie.

Tandana a fourni un moyen pour que nous puissions vraiment en apprendre davantage sur le mode de vie de Gualapuro et participer à soutenir leurs initiatives dans une perspective, non pas de pitié ou de sympathie, mais d’empathie. En travaillant côte à côte avec les membres de la communauté pour réaliser un projet qui avait du sens pour eux, nous avons pu partager un objectif commun. Notre groupe est venu en Equateur avec l’intention de réparer le centre communautaire. Toutefois, l’impact que nous aurions sur la communauté, et l’impact que la communauté aurait sur nous, seraient bien plus qu’une couche de peinture sur les murs du centre communautaire et nos vêtements.

En particulier, j’ai eu le privilège de connaître la famille dans la maison qui hébergeait notre groupe, principalement les chefs de famille qui ne vivaient pas dans la maison, Don Luis et Doña Celestina. Un jour où nous travaillions au centre communautaire, j’étais en service de déjeuner, avec deux autres membres du groupe, dans la cuisine de Doña Celestina. Bien que Doña Celestina et moi ne parlions pas couramment l’espagnol, nous avons pu communiquer juste assez pour comparer ce que c’était que de vivre à Boston contre Gualapuro et les familles des uns et des autres. J’ai appris sur ses tâches quotidiennes à s’occuper du bétail, de ses enfants qui vivent à la fois en Équateur et en Amérique, et même de ses petits-enfants. C’était une petite expérience mais c’était un moment que nous avons pu partager en râpant des carottes, ce qui semblait durer une éternité.

Plus tard dans l’après-midi, j’ai vu Don Luis déplacer son enclos de chèvre et je n’ai pas pu lutter contre l’envie de l’aider. Il était bien connu qu’ACES ferait n’importe quoi pour ces chèvres. À l’époque, je ne savais pas que Don Luis était marié à Doña Celestina, mais quand il a commencé à parler de ses enfants, c’est devenu évident. J’étais ravie d’en savoir plus sur l’histoire de sa famille. Nous avons discuté de l’importance de l’éducation et de la communauté et il m’a posé des questions sur mes études et ma famille. C’était génial de voir que nous avions un intérêt similaire à en apprendre davantage sur la vie de l’autre. Le lendemain, en faisant du pain avec toute la communauté, j’aurais le privilège de jouer avec ses petits-enfants et de rencontrer sa fille, qui m’a remerciée d’avoir regardé les enfants. Avant de partir, j’ai reçu de nombreuses embrassades de Doña Celestina et un appel téléphonique de Don Luis qui était dans les pâturages avec les chèvres. J’ai été accueillie à nouveau et remerciée pour le travail que j’avais accompli dans la communauté, mais tout ce que je pouvais dire, c’était de les remercier à mon tour.

Ce que je crois que tous les membres de mon groupe ont pu retirer de cette expérience ça a été de valoriser les différentes expériences que d’autres portent avec eux et l’importance d’apprécier la vie en dehors de nos propres bulles urbaines. L’un des membres de notre groupe a déclaré qu’à l’avenir, chaque fois que nous ressentirons du stress à l’école, tout ce que nous aurons à nous rappeler c’est que Don Luis est probablement en train de s’occuper des chèvres et que, ainsi que la communauté de Gualapuro qui continue de s’acquitter de ses responsabilités, nous devons être en mesure de continuer à remplir nos fonctions chez nous à Boston. La communauté de Gualapuro a dû faire face à de nombreuses difficultés dans sa lutte pour l’équité aux yeux du gouvernement ainsi que pour l’accès aux produits de première nécessité, tels que l’eau potable.

Notre visite a signifié plus qu’un simple projet de peinture dans un centre communautaire, elle a pu réunir la communauté pour un moment de joie au milieu du chaos et nous a rappelé à tous que la vie est faite pour être appréciée.

Par Hannah Nivar

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