Independence through education and determination

Cristina Fuerez and her younger sister Margarita were born and raised in a traditional, mudbrick cabin on a small farm near the village of Panecillo, Ecuador. Small and dark, having only a single room without windows, plumbing or electricity, the house still stands high on a sloping parcel of hillside that their paternal grandfather managed to secure, in a two-year legal struggle. In the 1960´s, he was forced to walk the seventy miles to Quito several times to obtain the necessary legal papers, when Ecuador finally abolished sharecropping serfdom, known as huasipungo. Many of his indigenous neighbors didn’t manage it and lost the land they had occupied for generations. That grandfather’s spirited defense of his rights, despite obstacles, lives on in his granddaughters.
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The new family built another cabin a little farther away from the older generation, but one night it washed away in a flash flood, with them escaping alive only by good luck. In the flood, the family lost everything and had to begin again from nothing. Exhausted by the endless demands of running a household, her every action dictated by a typically domineering mother-in-law, unsupported and uncared for, the mother died of cancer very young, when Cristina and Margarita were eight and four. They lived for a time with the controlling grandmother, and in the process learned to look out for each other and be strong. When possible, their father went beyond the limits of the usual male role to help them, sometimes making dinner for the family when the girls were older and leaving home to find jobs. When she brought home her first paycheck, Margarita bought them a gas cookstove, freeing her at last from cooking over a wood fire. Through an act of kindness, a mestiza/white woman who owned land nearby became Cristina’s godmother and often gave both girls chances to do more than poor farm girls who have lost a parent usually can. This support encouraged a belief in themselves and the discovery that helpful change can come from unexpected places. With the opening of a local primary school, they were both able to attend, just in time for Anna Taft to come to town, first as their teacher in the local school and then founder of Tandana.

That founding, as anyone you talk to in the community will tell you, was a transformative event for the area and for both young women. For Cristina, it meant that her world suddenly expanded. In 2008 she applied for the foundation’s cultural exchange program to the American Southwest. She was awarded the scholarship, and there, with young people from other countries, she hiked in the mountains, floated the Green River and lived and worked with the Hopi people in Arizona. When she returned home, she went to work using her exceptional manual dexterity and artistic talent to make and sell jewelry and embroidery.

In the course of seeing the United States, finishing high school, and supporting herself, Cristina has realized that she has what it takes to own and manage her own business. For that reason, she has obtained another Tandana scholarship and is working toward a college degree in business administration. To do so, she works as a jeweler Monday through Friday, then travels to the university in Ibarra for a full day of classes on Saturday and Sunday.

The support of Tandana has been equally impactful on the life of Margarita. With Tandana´s support, she was able to finish high school and get a job working in a community day care center for which she often helped organize local fundraisers. But, like Cristina, she reached out for further education, winning the first Tandana grant to get a college degree, in her case in accounting. She perceived that the field is wide open to indigenous women with the right talents. In fact, out of twenty people in her graduating class, only four were men. The next step was getting her current job as accountant for Tandana. Margarita is a smiling friend to local students who drop by the office for help and a guide to Tandana volunteers. She hosts volunteers in her home, tutors students and helps with the twice annual medical clinics that come from abroad. All of this, plus running the farm, which includes cooking and cleaning for the family and raising chickens and a heifer. Their father works hard every day in the field, whose produce they eat and sell the surplus.

As a result of their hard work and careful economy, the family has recently been able to save enough money to purchase land and to move from their tiny one room cabin to a brand new 4-bedroom home of concrete block construction, which Margarita refers to as her ¨casa digna y fija¨ i.e. her well-deserved and permanent home of which she has long dreamed.

They don’t wish to leave the safety of their own land and house, and what´s more, husbands, as Margarita says, might turn out alright, but more likely would be controlling and machista. Feminists with good reason, they have weighed their options, recognized their ties of affection to each other and to their indigenous community, and considered the ways they want to spend their days. They are walking into the future with exceptional cheerfulness after their years of suffering, and a strong feeling of gratitude for what they and others have contributed to the quality of their lives.

By Barbara Coddington and Clark Colahan

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La independencia a base de los estudios y la firme voluntad

Cristina Fuérez y su hermana menor, Margarita, nacieron y fueron criadas en una cabaña tradicional de adobes situada en una pequeña granja cerca de la comunidad de Panecillo, Ecuador. Pequeña y oscura la casa, de una sola habitación sin ventanas, tubería ni electricidad, se levanta arriba en la colina sobre una parcela de mucho declive que su abuelo logró conservar mediante una lucha legal de dos años. En los años sesenta del siglo pasado, se vio obligado varias veces a caminar los cien kilómetros hasta Quito para obtener los documentos legales imprescindibles, en la época cuando el Ecuador finalmente puso fin a la servidumbre del huasipungo. Muchos de sus vecinos no lograron lo mismo, fue así que perdiendo los terrenos que habían ocupado durante generaciones. Esa defensa valiente de sus derechos, a pesar de los desafíos, sigue viva en sus nietas.

La nueva familia edificó otra cabaña un poco más lejana de la de los abuelos, pero una noche fue destruida por una inundación relámpago. Todos en la casa lograron salvarse sólo gracias a la buena suerte. En el torrente la familia perdió todo lo que tenían y tuvieron que empezar de nuevo, desde la nada. Agotada de las exigencias interminables de manejar una familia, con todos sus movimientos dictados por una suegra típicamente dominante, sin apoyo ni el afecto y la atención que todos necesitamos, la mamá se murió de cáncer muy joven, cuando Cristina y Margarita tenían, respectivamente, ocho y cuatro años. Vivieron por un tiempo con la abuela controladora y al pasar por eso aprendieron a cuidarse la una a la otra y ser personas fuertes. Cuando resultaba posible, su papa se salía del papel masculino usual, preparando la comida para los tres en los años cuando las jóvenes iban crecido y lograban salir del hogar para trabajar.

Margarita, al cobrar un sueldo por primera vez, se compró una estufa de gas para liberarse de cocinar sobre leña. Por un acto de benevolencia, una mujer mestiza-blanca que era dueña de un terreno adyacente se hizo la madrina de Cristina, a menudo brindándoles a ambas chicas la oportunidad de realizar más cosas que suelen llevar a cabo las pobres muchachas campesinas que han perdido a la madre. Este apoyo les animó a creer en sus propias capacidades y les hizo descubrir que un cambio positivo puede surgir de sitios inesperados. Al abrirse una escuela primaria ambas pudieron asistir, a tiempo para la llegada de Anna Taft, primero como su maestra y luego al fundar The Tandana Foundation.

Dicha fundación, como te dirá cualquier persona con quien hables, fue un evento transformador para el área y obviamente para las dos jóvenes. Para Cristina significó que de repente su mundo se había expandido.   En 2008 solicitó participar en el programa de intercambio cultural con la zona del suroeste de los Estados Unidos. Tandana le concedió la beca, y allí, en compañía de jóvenes de otros países, caminó por las montañas, bajó el Río Verde en balsa y vivió y trabajó con la Nación Hopi de Arizona. Al volver a casa, se puso a trabajar utilizando su destreza manual extraordinaria y su talento artístico, haciendo y vendiendo joyería y bordados.

Durante el curso y los años, tras visitar los Estados Unidos, terminar el colegio, y mantenerse económicamente, ha comprendido Cristina que tiene ella las cualidades necesarias como para dirigir su propio negocio. Por tanto, ha ganado otra beca de Tandana y está estudiando administración de empresas a nivel universitaria. Para llevar eso a cabo, trabaja como joyera de lunes a viernes, luego viaja a Ibarra para un día completo de clases los sábados y domingos.

El apoyo de Tandana ha producido un impacto igualmente fuerte en la vida de Margarita. Mediante apoyo de la fundación, pudo terminar el colegio y conseguir trabajo en la guardería dentro de un centro comunitario, para el que muchas veces organizaba eventos en que se recaudaba dinero. Pero ella, como Cristina, se quería adelantar mediante más estudios, así ganando la primera beca de Tandana dada para sacar un título universitario, en su caso en la carrera de contabilidad. Vio claramente que ese campo de trabajo era idóneo para las indígenas que tuvieran las aptitudes apropiadas. De hecho, de 20 individuos que se titularon el mismo año, sólo cuatro eran hombres.

El próximo paso fue conseguir su puesto actual como contadora de Tandana. Es Margarita una risueña amiga de los alumnos locales, quienes pasan por la oficina para pedir ayuda con los deberes, y como consejera y guía de los voluntarios y pasantes de la fundación. Sirve en su casa como anfitriona a los voluntarios y ayuda en las brigadas médicas que dos veces por año llegan del extranjero. Todo esto, además de manejar la granja, lo que implica el cocinar y limpiar para la familia y criar gallinas y un ternero. Su padre trabaja asiduamente en el campo todos los días, y comen los frutos, o bien los venden si sobran. Como resultado de su trabajo duro y su cuidadosa economía, ha podido recientemente ahorrar suficiente dinero como para comprar terreno y mudarse desde su diminuta cabaña hasta una casa nueva de cuatro alcobas construida de bloques de cemento. A esta la llama Margarita su “casa digna y fija”, o sea, la casa bien merecida y permanente con que hace muchos años ha soñado.

Las hermanas no quieren abandonar la seguridad de su propio terreno y casa. Por otra parte, como dice Margarita, “unos esposos podrían salir bien” pero lo más probable es que fueran muy dominantes y machistas. Feministas por buenas razones, han pesado sus opciones, reconociendo sus vínculos de afecto entre sí y para con la comunidad indígena, y pensando bien sobre la manera en que desean pasar sus días. Caminan hacia su futuro con una excepcional alegría después de sus años de sufrimiento, y con un fuerte sentimiento de gratitud por lo que ellas mismas, y otros también, han aportado a la calidad de su vida.

Por Barbara Coddington and Clark Colahan

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Indépendance à travers l’éducation et la détermination

Cristina Fuerez et sa petite soeur Margarita étaient nées et ont été élevé dans une cabine en adobe traditionnelle dans une petite ferme près de la village Panecillo en Ecuador. La maison, petit et sombre, ayant uniquement une chambre sans aucun fenêtre, plomberie ou électricité se dresse toujours sur une parcelle en pente à coteau que leur grand-père paternel avait réussi à obtenir dans une lutte juridique de deux ans. Dans les années 1960 il a été forcé de marcher plus de cent dix kilomètres à Quito plusieurs fois, pour obtenir les documents juridiques quand l’Equateur a finalement aboli le servage des métayers, connu sous le nom de huasipungo. Beaucoup de ses voisines indigènes n’ont pas pu gérer la situation et ont perdu les terres qu’ils occupaient depuis des générations. La défense fougueuse de ses droits de ce grand-père, malgré les obstacles, continue à vivre sur ses petite filles.

La nouvelle famille a construit une autre cabine un peu plus loin de celle de l’ancienne génération; pourtant, une nuit il a été emporté dans une inondation avec la famille s’échappant vivante par chance. Dans l’inondation la famille a tout perdu et a dû recommencer à zéro. Épuisé par les exigences sans fin de faire fonctionner un ménage, chacune de ses actions dictée par une belle mère typiquement dominatrice, sans soutiens et sans soins, la mère est décédé très jeune du cancer, alors que Cristina et Margarita avaient huit et quatre ans. Ils ont vécu pendant un certain temps avec la grand-mère qui contrôlait et dans ce processus ils ont appris à se surveiller et à être forts. Lorsque cela était possible, leur père allait au-delà des limites du rôle masculin habituel pour les aider, préparant parfois le dîner pour la famille lorsque les filles étaient plus âgées et quittant la maison pour trouver du travail. Quand Cristina a ramené son premier chèque de paie à la maison, elle leur a acheté une cuisinière à gaz, libérant enfin la famille de la cuisson au feu de bois. Par un acte de gentillesse, une mestiza/femme blanche qui possédait des terres à proximité, est devenue la marraine de Cristina et a souvent donné aux deux filles des chances de faire plus que les filles pauvres de la ferme qui ont perdu un parent peuvent habituellement. Ce soutien a encouragé à croire en eux-mêmes et ils ont découvert que des changements bénéfiques peuvent venir de lieux inattendus. Avec l’ouverture d’une école primaire locale, ils ont tous deux pu y aller, attendant juste qu’Anna Taft vienne en ville, d’abord comme enseignante à l’école locale, puis fondatrice de Tandana.

Cette fondation, comme toute personne à qui vous parlez dans la communauté vous le dira, a été un événement transformateur pour la région et pour les deux jeunes femmes. Pour Cristina, cela signifie que son monde s’est soudainement élargi. En 2008, elle s’est inscrit pour le programme d’échanges culturels de la fondation dans le sud-ouest américain. Elle a reçu la bourse et là-bas, avec des jeunes d’autres pays, elle a fait de la randonnée dans les montagnes, fait du kayak dans la Green River et a vécu et travaillé avec les Hopis en Arizona. Quand elle est revenu chez elle, elle s’est mis au travail en utilisant sa dextérité manuelle exceptionnelle et son talent artistique pour fabriquer et vendre des bijoux et des broderies.

Au cours de visiter les États-Unis, terminer ses études secondaires et subvenir à ses besoins, Cristina s’est rendu compte qu’elle avait ce qu’il faudrait pour posséder et gérer sa propre entreprise. Pour cette raison, elle a obtenu une autre bourse Tandana et actuellement etudie administration des affaires a l’université. Pour faire cela, elle travaille comme bijoutière du lundi au vendredi, puis va à l’université d’Ibarra pour une journée complète de cours le samedi et le dimanche.

Le soutien de Tandana a également eu un impact sur la vie de Margarita. Avec le soutien de Tandana, elle a pu terminer ses études secondaires et trouver un emploi dans un centre d’accueil communautaire pour laquelle elle a souvent aidé à organiser des collectes de fonds locales. Mais, comme Cristina, elle a poursuivi ses études, remportant la première bourse Tandana pour obtenir un diplôme universitaire, dans son cas en comptabilité. Elle s’est rendu compte que le domaine était largement ouvert aux femmes indigènes avec des bons talents. En fait, sur vingt personnes de sa classe terminale, seulement quatre étaient des hommes. La prochaine étape consistait à obtenir son emploi actuel de comptable pour Tandana. Margarita est une amie souriante pour les étudiants locaux qui viennent au bureau cherchant de l’aide et un guide pour les bénévoles de Tandana. Elle accueille des bénévoles chez elle, enseigne des étudiants et aide les cliniques médicales deux fois par an qui viennent de l’étranger. Tout cela, en plus de gérer la ferme qui comprend la cuisine et le ménage pour la famille et l’élevage de poulets et d’une génisse. Leur père travaille dur tous les jours dans le champ, dont ils mangent les produits et vendent l’excédent.

Grâce à leur travail acharné et à leur économie prudente, la famille a récemment pu économiser suffisamment d’argent pour acheter un terrain et passer de sa petite cabine compris d’une seule chambre à une toute nouvelle maison de 4 chambres en blocs de béton, à laquelle Margarita fait référence comme sa «casa digna y fija», c’est-à-dire sa maison bien méritée et permanente dont elle rêve depuis longtemps.

Ils ne souhaitent pas quitter la sécurité de leur propre terre et de leur maison, et de plus, les maris, comme le dit Margarita, peuvent s’améliorer, mais plus probablement être très contrôlants et machista. Féministes à juste titre, elles ont pesé leurs options, reconnu leurs liens d’affection entre les unes avec les autres et avec leur communauté indigène, et ont réfléchi à la manière dont elles veulent passer leurs journées. Ils marchent vers le futur avec une gaieté exceptionnelle après leurs années de souffrance et avec un fort sentiment de gratitude pour eux-mêmes et d’autres qui ont contribué à la qualité de leur vie.

Par Barbara Coddington and Clark Colahan

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